El guion escrito por Glass y Weronika Tofilska es muy sencillo, casi como un cuento perverso que se recrea en el white trash de la América profunda. La moraleja también es básica: el amor hace trascender las miserias de la condición humana. Así pues, la directora pone toda su energía en crear imágenes poderosas que consiguen expresar, por sí mismas, las convulsiones emocionales que afectan a los personajes, tomando decisiones de estilo bastante temerarias. Por ejemplo, hay un tiempo pasado que se intercala con el presente y que acude como una ensoñación monocroma mediante el montaje simbólico. Además está la escena de la competición en Las Vegas, un auténtico delirio lisérgico, por no hablar del clímax de la película, tan arriesgado y sorprendente que no conviene desvelar (y que se adentra de manera inesperada en el cine fantástico). Para desarrollar estos recursos que buscan el asombro, Glass recupera a parte del equipo de Saint Maud: el director de fotografía Ben Fordesman, el montador Mark Towns y el responsable del sonido Paul Davies, capaces de imprimir la atmósfera adecuada a Sangre en los labios. La creatividad de sus respectivos trabajos beneficia siempre al conjunto y construye una identidad retro que entronca con otros títulos del estudio A24, como Ruido de fondo o X.
Pero si hay dos nombres que de verdad aportan personalidad al film son los de Kristen Stewart y Katy O'Brian, las actrices protagonistas. Su presencia e iconicidad logran reducir incluso a un veterano como Ed Harris, convertido en antagonista con aires de cartoon. Ellas, en cambio, prestan sus físicos contrapuestos en una película que se detiene en la observación de los cuerpos, una de las cualidades que definen el cine contemporáneo. Rose Glass conduce al espectador a través de una experiencia sensitiva que, por fortuna, no pretende intelectualizar el relato. Al contrario, lo mejor que se puede decir de Sangre en los labios es que mantiene en todo momento su carácter macarra y su ausencia de refinamiento para contar un romance imposible con tintes de tragedia clásica. Eso sí, aquí los corazones laten al ritmo de los anabolizantes y las caricias se transforman en golpes de una secuencia a otra.