Más allá de los localismos y la idiosincrasia nipona que luce el film, hay una vocación internacional que incluye referencias anglosajonas en la literatura y la música que disfruta Hirayama, el protagonista interpretado por Kôji Yakusho. De hecho, el título de Perfect days convierte en plural una de las canciones más recordadas de Lou Reed, que suena a lo largo del metraje junto a Patti Smith, Nina Simone o los Kinks, entre otros. Y no de cualquier manera: el personaje principal escucha cassettes durante sus recorridos en coche por la urbe, en una especie de resistencia analógica que le lleva también a revelar los carretes de fotografías que toma de la naturaleza en sus descansos para almorzar. Wenders hace así una reivindicación de las expresiones artísticas del pasado (las novelas que aparecen son del siglo XX) que explica la importancia que poseen los objetos tangibles y vividos, en contraposición a la fugacidad inmaterial que caracteriza el "consumo de contenidos" culturales del presente. Esta actitud declinista que vincula lo antiguo con lo bueno identifica a Hirayama sin demasiados argumentos, ya que se adivina poco de él, más que sus costumbres diarias: no se le conoce ideología, ni amistades, ni amores pretéritos. Parece estar enamorado de una mujer a la que no le dice nada, tal vez por temor a ser rechazado. No importa, porque lo que expresa Wenders en boca de Hirayama es "la próxima vez es la próxima vez, ahora es ahora".
Es una de las escasas frases de diálogo de Perfect days, ya que el desarrollo narrativo sucede de forma visual. La cámara siempre en mano sigue las acciones del personaje con una profusión de planos que hace que el montaje sea muy dinámico, abriendo y cerrando el encuadre según se busca mostrar el entorno o detallar reacciones. El director pone énfasis en asociar la figura humana con el espacio que le rodea y, sobre todo, en seguir la evolución de las horas del día a través de la luz, por eso resulta fundamental la labor de Franz Lustig en la fotografía. Colaborador de Wenders desde hace dos décadas, Lustig realiza una captura meticulosa de los matices que van del alba al anochecer, esa experiencia consustancial al cine que es conducir el cauce del tiempo. Además adquieren relevancia las sombras, incluso a nivel dramático, como pasa en la escena nocturna junto al río Sumida. Y los colores, como se observa en la diferencia cromática que separa al protagonista de su hermana en la conversación que mantienen en la calle. Son ejemplos del refinamiento estético de Perfect days, filmada en formato de 4/3 para ilustrar el carácter solitario de Hirayama y la estrechez de los escenarios en los que se mueve. La película se adentra en el terreno artístico con las ensoñaciones creadas por Donata Wenders, esposa del director, mediante imágenes en blanco y negro que sirven de interludios abstractos para separar las diferentes jornadas.
Todos estos elementos permiten celebrar el regreso de Wim Wenders a un cine de ficción digno de su legado, en una última etapa bastante desdibujada. Puede que Perfect days no recupere el brío de sus mejores películas de los años setenta y ochenta, pero por lo menos invita al optimismo y nos recuerda que detrás de esta inmersión oriental con aires de autoayuda, hay un cineasta inventivo y solvente capaz de brillar cuando lo favorece el proyecto.