La película parte de una creencia muy arraigada en ciertas religiones orientales: la posibilidad de perpetuar el espíritu de un cuerpo fallecido en otro que nace a la vida, generando un ciclo evolutivo del alma que cambia así de envoltorio sin desgastarse. Lo original de Reencarnación es que transcurre en el presente y en un Nueva York invernal, entre calles nevadas y apartamentos de lujo donde languidece Anna, la joven viuda interpretada por Kidman. Diez años después de la muerte de su marido, intenta recomponerse adquiriendo compromiso con otro hombre y es entonces cuando recibe la visita de un niño que asegura ser Sean, su difunto esposo. La incredulidad da paso a la duda y luego al convencimiento de que, efectivamente, el milagro existe, con las dificultades que conlleva la relación de una mujer adulta y una criatura con mochila que juega en los columpios.
La habilidad de Glazer consiste en esquivar las trampas de un argumento que podría caer con facilidad en el humor involuntario y en el morbo. Y lo consigue debido a la contención que aplica en el tono y a la puesta en escena, que se concentra en las reacciones de los personajes mediante la profusión de primeros planos, algunos de ellos magistrales, como el de la protagonista en la sala del concierto. Esto es posible gracias a que a un lado de la cámara hay una actriz entregada y llena de matices, que resuelve las exigencias dramáticas con extremado refinamiento, y a otro lado un director valiente que sabe establecer correspondencias entre los actores y los espacios donde suceden las acciones. La manera que tienen de interactuar define la evolución de la trama: la severidad de la madre interpretada por la veterana Lauren Bacall, la impotencia del prometido interpretado por Danny Huston, el misterio del niño reflejado en los ojos de Cameron Brigh... son actuaciones que construyen el enigma de Reencarnación y lo vuelven imprevisible, sin recurrir a trucos fáciles ni a golpes de efecto.
Al contrario, la película amortigua cualquier estridencia y adopta el carácter de un cuento oscuro, casi de gótico contemporáneo, que refuerza la música evocadora de Alexandre Desplat (en su primer proyecto norteamericano) y la fotografía de Harris Savides, de gran sutileza. Las referencias al romanticismo clásico no son solo estéticas, prueba de ello es la secuencia final en la playa, uno de esos momentos en los que Jonathan Glazer demuestra su potencial para describir en imágenes las tensiones internas que sufren los personajes. Reencarnación es la película que le confirma como un cineasta con voz propia, tras la sorpresa que supuso Sexy Beast y una década antes de convertirse en director de culto con Under the skin. Luego llegó La zona de interés, el reconocimiento internacional, los premios... pero esa es otra historia que tiene su germen en estos primeros años.
A continuación, pueden escuchar uno de los bellísimos temas que integran la banda sonora compuesta por Desplat. Relájense y disfruten: