GRACIAS A DIOS. "Grâce à Dieu" 2018, François Ozon

Algunos temas son tan dramáticos y escabrosos que corren el riesgo de espantar a la audiencia. Sin embargo, urge señalar su existencia para que sean denunciados, por mucho que puedan incomodar. Se trata de realidades dolorosas como los abusos sexuales a menores dentro de la iglesia, una cuestión que debe escapar del sensacionalismo y los golpes de efecto si pretende obtener el alcance suficiente para ejercer de acicate y revulsivo, algo a lo que aspira François Ozon con Gracias a Dios.
El director francés se basa en incidentes y personajes reales para desarrollar una historia que adopta tres puntos de vista, cada uno correspondiente a una víctima de la pederastia ejercida por un sacerdote de Lyon que abusó de ellos en el pasado. Los protagonistas han crecido y deciden asociarse para que se haga justicia, no solo contra el religioso sino también contra el entorno que le ha amparado a lo largo de los años. Este es el aspecto más original del film: la división en segmentos con distintas narrativas que se concatenan logrando la fluidez y la coherencia.
La primera parte es más intimista y adopta un diálogo epistolar, en el que predominan las voces en of y las secuencias de montaje. El personaje de Alexandre, interpretado por Melvil Poupaud, es el detonante de la acción y quien representa a la crítica interna, en su posición de creyente practicante que tradicionalmente se relaciona con el clero (la familia blanca y bien posicionada fiel a los dogmas). El perfil político viene encarnado en la segunda parte de mano de François, un activista a su pesar que cuenta con los rasgos del actor Denis Menochet y que ha sufrido, además, el silencio cómplice de sus familiares. La tercera parte tiene como figura central a Emmanuel, a quien da vida Swann Arlaud, un inadaptado que encuentra el cauce en su vida al conocer a los dos personajes anteriores y que personifica el vértice intelectual del triángulo, el pensamiento damnificado por el horror del verdugo con sotana.
Las tres partes de Gracias a Dios no son independientes entre sí, sino que se cruzan e intervienen unas en otras, completando la unidad del conjunto que sirve a Ozon para esgrimir un discurso poliédrico y que invita a reflexionar a diferentes estratos de la sociedad. El hecho de que se omitan las imágenes del delito (hay flashbacks que en lugar de mostrar, sugieren), hace que el propio espectador fabrique los recuerdos de los personajes a partir de lo que se verbaliza en los diálogos, lo cual le inmiscuye en el relato. Una decisión que resuelve con elegancia los aspectos más abruptos del film, y que legitima a Ozon para participar en el debate desde el presente. Hay otros títulos como Spotlight o El club que tratan de purgar viejas culpas y ajustar cuentas con el pasado, algo todavía pendiente en numerosos países de tradición católica. François Ozon extiende la acusación a la Iglesia encubridora que mira para otro lado, lo que sitúa la historia en la actualidad, y lo hace cuidando las formas y rodeándose de buenos técnicos y artistas.
La película está filmada con brío pero sin excesos, ajustando los encuadres a las intenciones que se persiguen en cada momento y la fotografía a las necesidades de la ficción. El reparto de actores, la música, el montaje... todo está calibrado con precisión, con el objeto de apelar a la conciencia del público desde la frialdad y la mesura que el tema requiere. De hecho, el guion introduce ciertas dosis de humor (como el diálogo en torno a la avioneta) para contrarrestar la amargura que desvela Gracias a Dios, una película que debería proyectarse en los seminarios y en los colegios con el fin de romper, de una vez por todas, la ley del silencio que hasta la fecha ha protegido esta lacra inexcusable.
A continuación, uno de los temas que integran la banda sonora compuesta por los hermanos Evgueni y Sacha Galperine. Relájense y disfruten: