Tom Hooper es el encargado de asumir el reto y el máximo responsable de que la película no logre el nivel adecuado. Como es de esperar, Los miserables cuenta con una producción ambiciosa que cuida con esmero los decorados, el vestuario y todos los elementos que intervienen en la puesta en escena, sin embargo, esta no consigue alcanzar contundencia cinematográfica debido a que Hopper carece de inspiración y de sentido musical. Dos cualidades necesarias para asumir un género tan exigente, y eso que la banda sonora está arreglada con exquisitez y los actores se esfuerzan por cumplir los requisitos vocales que supone cantar en directo frente a la cámara, en lugar de recurrir a las prácticas habituales del doblaje o el playback.
Hugh Jackman, Russell Crowe y Anne Hathaway comienzan asumiendo los papeles principales hasta que, en el segundo acto y con el cambio de escenarios, el protagonismo se reparte entre los nuevos personajes interpretados por Amanda Seyfried, Eddie Redmayne y Samantha Barks. Sacha Baron Cohen y Helena Bonham Carter aportan el contrapunto cómico dentro de un conjunto al que le cuesta definir sus líneas argumentales. El drama íntimo no encuentra equilibrio con la épica revolucionaria ni con la persecución obsesiva de Javert a Valjean, como un guiso cuyos ingredientes no terminan de mezclarse bien. La condensación narrativa y la sucesión sin demasiada fluidez de las canciones hacen que la película se perciba más por momentos aislados que en su totalidad, un defecto presente en algunos musicales que aquí resta pasión a una historia que la requiere.
Así, el recurso de los primeros planos puede estar justificado en determinados números (I dreamed a dream) pero la mayoría de las veces evidencia la incapacidad de Hopper para desarrollar en imágenes la dramaturgia de unas situaciones que, o bien son desaprovechadas (Master of the house) o caen en el despropósito (Javert's suicide). Es una lástima, porque con semejante entrega por parte de los equipos artístico y técnico, y detrás de algunos breves destellos, se adivina la película que podría haber sido. Para ello, Los miserables hubiera necesitado al frente a un director a la altura de las circunstancias, menos atado a las servidumbres de la tecnología para obtener espectacularidad y con mayor personalidad tras la cámara. Es lamentable comprobar cómo el montaje recrea el espíritu de Bob Fosse sin conseguirlo, acortando la duración de los planos y cambiando de ángulo bruscamente sin motivos sólidos, lo que consigue un resultado contrario al deseado: en lugar de concitar tensión y ritmo, se obtiene distanciamiento y sensación de arbitrariedad.
A pesar de todo esto, el film logró un éxito considerable que llevó a Tom Hopper a dirigir en 2019 otro emblemático musical también inédito en el cine, Cats. Las consecuencias fueron todavía peores.
Hugh Jackman, Russell Crowe y Anne Hathaway comienzan asumiendo los papeles principales hasta que, en el segundo acto y con el cambio de escenarios, el protagonismo se reparte entre los nuevos personajes interpretados por Amanda Seyfried, Eddie Redmayne y Samantha Barks. Sacha Baron Cohen y Helena Bonham Carter aportan el contrapunto cómico dentro de un conjunto al que le cuesta definir sus líneas argumentales. El drama íntimo no encuentra equilibrio con la épica revolucionaria ni con la persecución obsesiva de Javert a Valjean, como un guiso cuyos ingredientes no terminan de mezclarse bien. La condensación narrativa y la sucesión sin demasiada fluidez de las canciones hacen que la película se perciba más por momentos aislados que en su totalidad, un defecto presente en algunos musicales que aquí resta pasión a una historia que la requiere.
Así, el recurso de los primeros planos puede estar justificado en determinados números (I dreamed a dream) pero la mayoría de las veces evidencia la incapacidad de Hopper para desarrollar en imágenes la dramaturgia de unas situaciones que, o bien son desaprovechadas (Master of the house) o caen en el despropósito (Javert's suicide). Es una lástima, porque con semejante entrega por parte de los equipos artístico y técnico, y detrás de algunos breves destellos, se adivina la película que podría haber sido. Para ello, Los miserables hubiera necesitado al frente a un director a la altura de las circunstancias, menos atado a las servidumbres de la tecnología para obtener espectacularidad y con mayor personalidad tras la cámara. Es lamentable comprobar cómo el montaje recrea el espíritu de Bob Fosse sin conseguirlo, acortando la duración de los planos y cambiando de ángulo bruscamente sin motivos sólidos, lo que consigue un resultado contrario al deseado: en lugar de concitar tensión y ritmo, se obtiene distanciamiento y sensación de arbitrariedad.
A pesar de todo esto, el film logró un éxito considerable que llevó a Tom Hopper a dirigir en 2019 otro emblemático musical también inédito en el cine, Cats. Las consecuencias fueron todavía peores.