Por ello, la película tiene un fuerte componente autobiográfico. A diferencia de El espejo, en la que el director hacía referencias directas a su pasado, en Nostalgia se observa a sí mismo desde el presente a través de la figura interpuesta del protagonista. El estilo es ahora más sobrio y austero, aunque las imágenes siguen teniendo una gran expresividad, mediante planos que buscan siempre la composición geométrica (influencia de la pintura renacentista) y cierta teatralidad. En Nostalgia prevalecen las atmósferas irreales, reforzadas por la bruma, y un aliento místico acorde con la trama. Aspectos que Tarkovski materializa en la puesta en escena, en los movimientos de cámara, en el sonido, en el tempo que imprime en cada situación y en la interpretación de los actores, perfectamente ajustados a sus personajes y con una presencia magnética en la pantalla. Oleg Yankovskiy y Domiziana Giordano resuelven el reto de dar apariencia física al contenido intelectual que representan, una cualidad que comparten los habitantes del universo tarkovskiano, al que también se suma el sueco Erland Josephson en el papel de loco visionario.
Otro rasgo reconocible del autor es la relación entre los personajes y el espacio, con el agua como elemento constante. Los escenarios adoptan una gran identidad y recitan sus diálogos en forma de sonidos y música, sumando a un conjunto en el que coexisten por igual la ficción, la reflexión y la poesía. En definitiva, Nostalgia supone un compendio de las señas más comunes de Andréi Tarkovski, depuradas en un ejercicio de síntesis que favorece la espiritualidad del argumento, firmado a medias por Tonino Guerra. El guionista y el director reproducen la visión de Italia que busca Tarkovski, alejada de los tópicos mediterráneos y cerca de los ambientes fríos y neblinosos que pueblan el paisaje interior del cineasta errante.