La cualidad más destacable de La sal de la tierra es su verosimilitud: gran parte del reparto está integrado por participantes reales de las movilizaciones, con diálogos que alternan el español y el inglés, además de actores profesionales entre los que destaca Rosaura Revueltas. La economía de medios no impide que las imágenes del film luzcan poderosas y con una expresividad que a veces recuerda a las vanguardias soviéticas, por determinadas secuencias de montaje que unen lo narrativo y lo ideológico. El director Herbert J. Biberman no oculta sus intenciones, se trata de crear conciencia y de explicar los hechos desde el punto de vista de los desfavorecidos. La voz en off del personaje de Esperanza conduce el relato con dignidad y palabras certeras, ya que La sal de la tierra no se queda solo en el panfleto y transmite experiencias de intenso contenido humano, introduciendo en el conjunto notas de humor y costumbrismo.
Tanto el guion de Michael Wilson como la dirección imprimen ritmo a la historia y consiguen que el espectador comulgue con los protagonistas, objetivo que costó a buena parte del equipo técnico y artístico figurar en la lista negra elaborada por el FBI que les impidió desarrollar sus carreras con normalidad. Hoy, los mismos estamentos que entonces impidieron la distribución de La sal de la tierra reconocen sus méritos cinematográficos, una victoria que llega tarde, pero que finalmente llega.
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