Después de casi dos décadas acumulando reconocimientos como actor, Paul Dano se inicia en la dirección rodeado de un equipo de profesionales de gran calidad y con un proyecto que no parece tener fisuras. Lo cual demuestra sabiduría, puesto que muchas veces se impone entre los cineastas nóveles el afán de sorprender y de asumir riesgos para los que no están capacitados. Lo que arde con el fuego es fruto de un cuidado proceso que se inicia con la elección del material de partida, la novela Incendios de Richard Ford, que el propio Dano adapta junto a la también actriz y compañera Zoe Kazan. Se trata de uno de esos textos que desentrañan con la perspectiva del pasado el lado más humano y real de los Estados Unidos, una materia prima idónea para su representación en la pantalla por motivos éticos y estéticos, ya que permite visitar una época con una iconografía muy asentada y a la vez desmitificar algunos clichés del sueño americano.
El argumento tiene como protagonista a un chico que asiste con incertidumbre a la crisis que atraviesan sus padres y a los intentos de la madre por salir adelante en medio de la precariedad. Son los años sesenta y la acción sucede en una pequeña localidad del estado de Montana, asediada por un incendio que devora los montes cercanos. La comparación del fuego que arrasa la naturaleza y las cenizas del matrimonio sirve a Dano para establecer símiles narrativos y visuales, algunos tan inspirados como la escena en la que el muchacho contempla la magnitud de las llamas y, en el plano siguiente, es su madre la que está sentada frente a él en una cafetería con un colorido jersey rojo. Es de agradecer que el director posea un cauteloso sentido de la medida y no se recree en la espectacularidad del desastre, ya sea medioambiental o familiar. Para ello se calibran con exactitud los diferentes puntos de vista, en especial el del joven que ejerce como hilo conductor de la historia. La labor de los actores resulta fundamental para obtener la identificación con el público y hacer creíbles las tormentas que azotan por dentro a los personajes de los padres, interpretados con su excelencia habitual por Carey Mulligan y Jake Gyllenhaal. Ambos tocan el cielo y escoltan a los menos conocidos pero igualmente brillantes Ed Oxenbould (el hijo) y Bill Camp (el amante de la madre).
El estilo empleado por Dano refuerza cada aspecto del relato, mediante planos que incorporan movimiento cuando es preciso (magnífica la panorámica del chico corriendo por la carretera bajo los primeros copos de nieve), con abundancia de primeros planos que captan la expresividad de los actores y un uso inteligente del encuadre y el montaje. La fotografía de Diego García otorga entidad y belleza al conjunto, empleando una paleta llena de matices en la que contrastan los tonos ocres (como suele ser común en los films de época) con otros más fríos que adquieren relevancia según se deteriora el matrimonio y el invierno avanza trayendo su carga de melancolía. Un sentimiento que impregna la película gracias, también, a la música compuesta por David Lang, en un alarde de delicadeza que resuelve algunos momentos con eficacia. En suma, Lo que arde con el fuego supone el bautismo de un director que ofrece expectativas después de haber realizado una de las operas primas más emotivas y redondas de los últimos tiempos.