UN PEQUEÑO MUNDO. "Un monde" 2021, Laura Wandel

Al igual que la imagen que ilustra el cartel, Un pequeño mundo comienza y acaba con un abrazo. Una misma acción con los mismos personajes en el mismo lugar, pero en una situación distinta. Entre medias está la historia de dos hermanos en un colegio donde descubrirán los sinsabores de la vida, una experiencia iniciática acerca del poder, el miedo que ocasiona plegarse a él y la libertad de transgredirlo. La directora belga Laura Wandel debuta en el largometraje con un acertado análisis sobre uno de los problemas que más preocupan a la comunidad educativa, el acoso escolar, expuesto aquí con crudeza y al mismo tiempo con contención.

La crudeza es debida a que no se suaviza el drama que sufren muchos jóvenes. Wandel expone la relación entre verdugos, víctimas y el intercambio de sus funciones, sin regodearse en los detalles pero sin escatimar por ello la crueldad de la que son capaces los niños. Es de agradecer que emplee también la contención y deje a un lado las herramientas habituales del cine para provocar emociones: la música, el montaje de acción/reacción, los diálogos expresados con énfasis... nada de esto aparece en Un pequeño mundo. Se trata de una película depurada concienzudamente, que elude todo lo innecesario y que aplica la austeridad narrativa para lograr verosimilitud. En suma: una lección de realismo que explica muy bien la importancia del punto de vista.

La directora se vale de primeros planos filmados con longitudes cortas y diafragmas muy abiertos para dotar a las imágenes del efecto de fondos desenfocados que aísla a los personajes del entorno. Hay una voluntad expresa de que el espectador no se separe en ningún momento de la niña protagonista, de fijar la atención en sus gestos y su mirada, dejando el resto de los elementos fuera del plano. Están ahí, en off, pero la mayoría de las veces no se ven porque Wandel da prioridad a la pequeña Nora. De esta manera evita personalizar el conflicto y a los antagonistas, universalizando todo cuanto sucede en la pantalla. No se trata de un hecho que ocurre en un centro y con unos alumnos determinados, sino la representación de un problema general, tal y como da a entender el título del film.

Un pequeño mundo no hace concesiones y mantiene durante su escueto metraje (apenas setenta minutos) una atmósfera de tensa aflicción, materializada en la fotografía de colores fríos y tonos apagados de Frédéric Noirhomme. La película luce una técnica depurada que busca la concreción, un objetivo que comparte el equipo artístico para que todo resulte conciso en esta opera prima que anuncia a una cineasta a tener en cuenta, Laura Wandel. Pocas como ella han logrado, con los mismos medios, provocar semejante nivel de inquietud y estremecimiento.