EN PRIMAVERA. "Vesnoy" 1929, Mikhail Kaufman

El nombre de Mikhail Kaufman ha permanecido siempre ligado al de su hermano, Dziga Vértov. No en vano asumió la fotografía y la cámara de algunos de sus títulos más destacados, contribuyendo a asentar un discurso estético que Kaufman desarrolló también en su corta trayectoria como director. Fueron apenas tres títulos entre los que destaca En primavera, un poema cinematográfico de gran belleza visual que retoma la tradición de las sinfonías urbanas nacidas al calor de las vanguardias europeas.

Debe entenderse esta alusión poética. Al contrario de lo que dicta el uso popular, no se refiere a ninguna sensibilidad especial ni a caprichos estéticos: el término poema adopta literalidad porque Kaufman emplea la rima de imágenes y de secuencias mediante una métrica que actúa a veces por similitud y otras por contraste. La relación de unos planos con otros construye el discurso de la película a través del montaje, que es el elemento vertebrador de En primavera y su máximo recurso expresivo. El director ruso se vale de efectos diversos (ralentizados, superposiciones, inversión de movimientos) para aportar una mirada artística al documental y proponer un juego de percepciones que rompe la contemplación pasiva de la pantalla.

El argumento del film se describe ya desde el nombre: la llegada de la primavera y su incidencia en la ciudad de Kiev. El director ruso narra esta generalidad a través de detalles cotidianos que buscan la sorpresa y el extrañamiento, con una mirada que se fija en las formas y en las composiciones, pero también en el rostro humano. La primera parte de la película muestra el deshielo del final del invierno y su conversión en agua que lo anega todo. Después se suceden otros bloques divididos por temáticas: trabajadores, niños, animales, vegetación... son escenas que avanzan con fluidez y sin separación entre ellas, porque cada una lleva a la siguiente con naturalidad y guardando una lógica que prescinde de los protagonismos. Aquí no hay personajes principales ni escenarios que se repiten. Mikhail Kaufman celebra la mirada como ejercicio de conocimiento exterior (de un lugar y una cultura concreta) y de conocimiento interior, porque plantea cuestiones al espectador acerca de su relación con las imágenes, cómo las interpreta y qué significado encuentra en ellas. En suma: puro cine, sugerente y placentero, que se celebra a sí mismo en cada fotograma desde la sencillez que poseen las obras de artesanía.