VICTORIA. 2015, Sebastian Schipper

Puede que Victoria sea la punta de lanza de las películas filmadas en un único plano secuencia que han surgido en los últimos años, una tendencia que pone a prueba a actores, equipos técnicos y directores amantes de los retos. Sebastian Schipper demuestra ser uno de ellos, tal vez el más maratoniano, pues su proeza consiste en rodar una sola toma de casi ciento cuarenta minutos de duración a través de dos barrios de la ciudad de Berlín en los que la cámara en mano se desplaza acompañando las acciones de los protagonistas a pie, en bicicleta y en coche. Como siempre sucede en estos casos, cabe preguntarse si este afán por la acrobacia visual está justificado y tiene que ver con la historia, o si se trata más bien de un ejercicio exhibicionista e innecesario por parte del director. La razón argumentada siempre es la misma: se trata de introducir al público en la película buscando la sensación de vivir en el mismo tiempo y espacio que los personajes o, empleando un término común, de obtener una "experiencia inmersiva". Esto es lo que promete el punto de partida de Victoria y lo que finalmente ofrece, puesto que cada giro del argumento y cada decisión del director van encaminados a alcanzar dicho objetivo.  

Una vez que se asumen estos planteamientos, conviene dejarse llevar por lo que transcurre en la pantalla, que es mucho y está muy comprimido. El guion cuenta las vicisitudes a las que se tendrá que enfrentar durante una madrugada la chica que da nombre al film, una joven madrileña que se encuentra desde hace poco en la capital germana tratando de dejar atrás una vida insatisfactoria. Su encuentro con unos chicos metidos en problemas pondrá a prueba su capacidad para tomar la iniciativa y salir adelante, por lo que el rápido arco de madurez que atraviesa no afecta solo al momento al que asiste el espectador, sino que determinará para siempre su futuro, tal y como se intuye en el encuadre final que cierra la película.

Schipper logra dosificar con inteligencia la tensión durante todo el metraje, unas veces contrayéndola y otras dilatándola según avanzan las peripecias que van desde el realismo urbano al cine de género. El director también es muy consciente de qué debe aparecer en plano en cada instante y de cómo debe moverse la cámara para generar las reacciones adecuadas, dando además la impresión de naturalidad y de estar en el aquí y el ahora, sin que parezca una coreografía ensayada. Una prueba que se supera con creces gracias al estilo visual crudo y de apariencia espontánea que lucen las imágenes, con la dificultad que implica filmar con luces siempre cambiantes en escenarios interiores y exteriores. Pero sobre todo hay que destacar la interpretación de los actores, con Laia Costa a la cabeza. Su labor es encomiable por la gran responsabilidad que conlleva estar en la práctica totalidad de los planos y por el nivel dramático que exige la trama, cruzando numerosos estados de ánimo y con diferentes grados de intensidad. Ella carga sobre sus hombros la credibilidad de la película y la conduce hasta el desenlace con una frescura y un convencimiento dignos de elogio. La actriz española permite que la apuesta kamikaze que supone Victoria resulte victoriosa, de la mano de Sebastian Schipper y de un equipo alemán que podría aspirar a figurar en el Libro Guinness de los Récords.

A continuación, uno de los temas compuestos por Nils Frahm para la película. Un pequeño oasis sonoro dentro de los vaivenes que agitan Victoria, con el piano como instrumento principal y representación del personaje protagonista. Relájense y disfruten: