MIDSOMMAR. 2019, Ari Aster

El género de terror siempre ha transitado por lugares comunes y ha empleado unos códigos muy determinados para camuflar cuestiones humanas dentro de las convenciones de la ficción. Así, un argumento frecuente es el de un grupo de jóvenes que experimenta una situación de pesadilla en un entorno natural supuestamente apacible (un campamento cerca de un lago, una cabaña rural, un bosque), lo cual ocasiona una competición por la supervivencia en la que se van sucediendo las muertes acorde al carácter de los personajes y donde el ganador (casi siempre mujer) logra salvarse con valor y esfuerzo. El director y guionista Ari Aster incorpora novedades en este esquema tradicional, unas referidas a la forma y otras al contenido de Midsommar.

Conviene observar primero los temas que se repiten, por ejemplo: los mecanismos de manipulación de las sectas y el empleo del folclore y la cultura como elementos diferenciadores del individuo frente a la comunidad. Esto aparece en muchas películas (Holocausto caníbal, ¿Quién puede matar a un niño?) como detonante del extrañamiento del protagonista en un escenario desconocido. Después de un prólogo muy dramático en los Estados Unidos, la acción de Midsommar se traslada hasta Suecia, al paisaje idílico de un valle en mitad de la naturaleza. El film es muy elocuente en términos visuales: basta ver el plano del desplazamiento del coche por la carretera para percibir el contraste lumínico entre lo que se deja atrás y lo que está por venir, ejemplificado en el giro vertical de 90º de la cámara, que advierte que el mundo de los protagonistas va a ser alterado por completo. La principal aportación de Aster consiste en hacer coincidir la historia con el periodo estival en el que no hay oscuridad, debido al fenómeno del sol de medianoche. En contra de lo habitual, todo sucede a plena luz del día sin que el horror encuentre sombras en las que cobijarse, lo que da oportunidad al director de fotografía Pawel Pogorzelski de generar un imaginario del horror rebosante de luz y color (incluso sobreexponiendo las imágenes y forzando la saturación de los blancos, presentes durante todo el metraje).

La sencillez solo aparente de las localizaciones da pie al director para desarrollar una puesta en escena muy elaborada, rica en movimiento, ángulos y encuadres, según las sensaciones que se quieren transmitir. Tanto lo planificación como el montaje alcanzan expresividad y dotan el conjunto de una atmósfera enrarecida, que juega con las composiciones geométricas y con los puntos de vista. Es cierto que Aster incurre en ocasiones en detalles absurdos (el temblor al final de la escena del avión) o en excesos gratuitos (los cadáveres pulverizados de los ancianos), incluso en mojigaterías (el plano subjetivo de la chica abriendo las piernas al inicio del rito sexual). Pero también hay que reconocer su habilidad para coreografiar algunos planos secuencia y para disponer los elementos dentro del espacio y asignarles un significado narrativo. Las imágenes de Midsommar provocan desconcierto, tensión, incomodidad... ocultan información o la muestran cuando es necesario a los personajes y al público, pues ambos se confunden en el transcurso de la película con evidente malicia, casi perversidad.

Ahora bien, si hay algo que permite identificarse al espectador con lo que sucede en la pantalla es la interpretación de Jack Reynor y Florence Pugh. Esta última demuestra ser una de las mejores actrices de su generación en un papel exigente y complejo, que ella resuelve con una asombrosa mezcla de oficio y naturalidad. El primer plano con el que cierra Midsommar es el resumen de un film que no termina de definir bien sus intenciones. Detrás del miedo a cielo abierto que provoca Ari Aster, subyace una fábula cruel sobre las relaciones de pareja, la diferencia de sexos y una crítica al colonialismo de una sociedad que se considera hegemónica sobre poblaciones enraizadas en el pasado. El problema es que buena parte de esto se pierde por el camino y queda amortiguado por el impacto de la trama, la reflexión se diluye en favor del morbo y Midsommar deja pasar la posibilidad de ser más profunda para instalarse en la curiosidad bizarra, en el divertimento malsano de un cineasta con talento. Puede que Aster gane madurez en el futuro y que los aciertos que se anuncian aquí lleguen a concretarse, que atempere su afán por impresionar en favor de la contundencia del relato.

A continuación, uno de los temas que integran la banda sonora compuesta por Bobby Krlic. La música es uno de los rasgos que imprimen mayor personalidad al film, con sonidos densos y notas que se alargan hasta el infinito para amplificar las emociones de los personajes. Relájense y disfruten: