¿QUIÉN PUEDE MATAR A UN NIÑO? 1976, Narciso Ibáñez Serrador

Hay muchas formas de contar una misma historia, con variantes que van desde la versión oficial hasta la leyenda urbana. También en el caso de Chicho Ibáñez Serrador y los motivos de su temprano abandono del cine, tras haber dirigido dos largometrajes que lograron el éxito. Por lo común se acepta que prefirió la seguridad que le ofrecía trabajar en televisión antes que la eterna ingratitud del cine producido en España, el cual no le garantizaba el reconocimiento ni la estabilidad que ya desde los años sesenta le proporcionaba la pequeña pantalla. Esta decisión, respetable y legítima, se puede complementar con otros puntos de vista derivados de la observación de su filmografía. Una obra tan breve como intensa que arroja conclusiones alternativas, por ejemplo, que Ibáñez Serrador no era en realidad un gran creador sino un especialista en fagocitar los aciertos ajenos, ya fueran espectáculos televisivos, seriales de misterio o películas de género. Cada proyecto en el que se embarcaba estaba guiado por la pasión y la necesidad de impactar en el público, lo que le permitió mantener su notoriedad durante muchos años.
El segundo y último largometraje de Ibáñez Serrador, ¿Quién puede matar a un niño?, podría definirse como una operación de estricta cinefilia. El guion, escrito también por el director, parte de la novela El juego de los niños de Juan José Plans, aunque visualmente se presenta como un híbrido perfecto entre Los pájaros de Alfred Hitchcock y El pueblo de los malditos de Wolf Rilla, mezclado con las referencias coetáneas de La semilla del diablo y Perros de paja, entre otros títulos representativos de aquella época. Ibáñez Serrador toma de ellos la violencia soterrada que emerge en medio de un entorno en apariencia placentero, donde los protagonistas reciben un castigo que va destinado a la sociedad, a modo de metáfora perversa: es la venganza de la naturaleza humana contra los desastres del mundo moderno, un combate en el que Ibáñez Serrador enfrenta a niños y adultos, víctimas contra verdugos. Para ilustrar esta rebelión, ¿Quién puede matar a un niño? comienza con una (demasiado) larga escena documental en la que se denuncian los horrores que las sucesivas guerras han infringido a la infancia, una durísima secuencia intercalada con los títulos de crédito que trata de justificar todo lo que acontece después: la historia de un matrimonio extranjero que está esperando el nacimiento de un hijo y que acude a una pequeña isla en pleno verano para descansar. Allí descubren poco a poco que los habitantes más jóvenes han tomado el poder acabando con sus mayores, empujados por una especie de locura colectiva que se transmiten unos a otros mediante influjos sobrenaturales.
Al igual que sucede en el libro original, la película no ahonda en explicaciones porque de lo que se trata es de practicar un ejercicio de tensión narrativa. Así que no conviene tomarse en serio el origen del comportamiento asesino de los niños y hay que centrarse en el suspense y la acción, verdaderos motores de la película. Lo demás es algo tosco, incluso vulgar, sirvan como ejemplo los diálogos que mantiene la pareja protagonista al principio del film, de una simpleza a veces sonrojante. Según avanza el relato, Ibáñez Serrador muestra sus cartas y deja claro que lo importante es que la angustia ascendente que se apodera de los personajes cale en los espectadores, y para ello se vale de una planificación eficaz que gana ritmo en el montaje. El director rueda con nervio e inspiración, generando la atmósfera adecuada para transmitir terror bajo la luz del día y en espacios abiertos, al contrario de lo habitual en el género. Un incipiente José Luis Alcaine dirige la fotografía explotando las posibilidades de la luz solar y con unos medios limitados, ya que ¿Quién puede matar a un niño? es una producción modesta que logra convertir la escasez en virtud.
Hay, sin embargo, algunos elementos que impiden que el resultado alcance la excelencia que roza en ocasiones, y no son detalles pequeños: el más notable es la interpretación del actor protagonista, Lewis Fiander, sin el carisma preciso y con limitaciones que quedan en evidencia cuando se le compara con Prunella Ransome, su compañera de reparto, bastante más certera que él. Más allá de ciertas debilidades concernientes sobre todo a la "racionalización" de la trama y al acabado técnico (esos arreglos musicales tan avejentados), lo que ofrece ¿Quién puede matar a un niño? con la perspectiva de los años es su condición de anomalía dentro de una industria en transformación, recién terminada la dictadura de Franco. La valentía de Narciso Ibáñez Serrador continúa asombrando todavía hoy, así como la película sigue propiciando malestar y terror, que es la finalidad para la que fue ideada. Nunca se sabrá cómo pudo haber evolucionado la carrera de un cineasta que dejó de serlo tan pronto que no le dio tiempo a definir un estilo, por lo que sus dos películas son a la vez una declaración de principios y un testamento, una presentación y una despedida.
Este texto quedaría incompleto sin señalar uno de los factores que otorgan personalidad al conjunto y es la banda sonora compuesta por Waldo de los Ríos. A grandes rasgos, es una partitura irregular que tiende a la dispersión y que lo mismo incluye temas que beben sin disimulo de fuentes demasiado cercanas, junto a hallazgos como el que se puede escuchar a continuación. Que lo disfruten: