EL SACRIFICIO DE UN CIERVO SAGRADO. "The killing of a sacred deer" 2017, Yorgos Lanthimos

El cine de Yorgos Lanthimos continúa evolucionando y, por primera vez, deja de lado la parábola simbólica para hacer una incursión en el género de terror. Un terror que el director filtra a través de su personal estilo para elaborar un ejercicio de tensión contenida en El sacrificio de un ciervo sagrado, película que denota en algunos aspectos la influencia Stanley Kubrick. Hay dos títulos en concreto del maestro norteamericano cuyo recuerdo sobrevuela el quinto largometraje de Lanthimos: El resplandor y Eyes wide shut. Bien sea por los planos en movimiento (hay numerosos avances de cámara acompañando al protagonista por los pasillos de un gran hospital), como por la atmósfera (de falsa calma que oculta un peligro), además de la presencia de Nicole Kidman, interpretando a la esposa de un matrimonio aparentemente perfecto que debe enfrentarse a sus demonios internos y externos. El marido está encarnado por Colin Farrell, quien repite con Lanthimos después de Langosta, encadenando así una de sus mejores etapas profesionales.
La película demuestra el bagaje acumulado por el director y la ampliación de sus recursos expresivos, cada vez más dinámicos, al utilizar el zoom y los desplazamientos de cámara para envolver la historia en una sensación de expectativa e inestabilidad constantes. Esto mantiene alerta al espectador en todo momento, ya que el horror que contiene el film carece de sustos y de trucos fáciles, es un temor que permanece agazapado en el subconsciente de los personajes hasta que finalmente se materializa (al igual que en El resplandor) y adopta forma sonora en la acertada selección de músicas que suenan en el film. De nuevo, el guion de Yorgos Lanthimos y Efthymis Filippou busca inquietar al público con recursos dramáticos de impacto seco y contundente, en esta ocasión sin el alivio de la comedia negra que caracteriza la obra del director. Lo más curioso es que la trama toma como referencia el mito griego del rey Agamenón, quien ante la diosa Artemisa hubo de llevar a cabo el sacrificio que da nombre al film. De esta manera, Lanthimos recrea la cultura clásica ligada a su origen, mientras que introduce en ella connotaciones religiosas y dilemas morales que mantienen su vigencia todavía hoy.
La importancia de la puesta en escena y la creación de la atmósfera adecuada son determinantes para que El sacrificio de un ciervo sagrado desarrolle sus propuestas de partida, algo a lo que contribuye la fotografía de Thimios Bakatatakis con el talento acostumbrado. Tal y como exige la naturaleza del relato, Lanthimos hace crecer la ficción desde dentro hacia fuera en los dos primeros actos, dosificando la información y alternando los puntos de vista de los distintos personajes para, llegado el tercer acto, hacer creíble la resolución. Es entonces cuando la película completa su capacidad de hipnosis y la consabida reflexión en torno al bien y el mal, la inocencia y la culpabilidad, el perdón y el castigo. Un ejemplo de los códigos visuales que maneja el director es la persistencia de los techos en muchas imágenes para representar la presión y el desasosiego que se cierne sobre los protagonistas, además de otros elementos que transmiten agitación como son los ventiladores, siempre en funcionamiento.
 El sacrificio de un ciervo sagrado supone un paso más en la trayectoria de un cineasta que nunca elige el camino fácil y que trata de sorprender transformando sus propias fórmulas. En resumen: una de las películas de terror más estimulantes de los últimos años, producida, filmada e interpretada con inspiración e inteligencia.