LANGOSTA. "The lobster" 2015, Yorgos Lanthimos

La primera de las películas rodadas por Yorgos Lanthimos fuera de Grecia y en régimen de coproducción supone un cambio en su filmografía. No solo en términos geográficos (está rodada en Irlanda) o financieros (que aumentan exponencialmente) sino, sobre todo, porque Langosta añade elementos formales a un estilo que permanece fiel a sus convicciones temáticas. El tándem formado por Lanthimos y Efthymis Filippou continúa espoleando al público por medio de una historia que cuestiona los modelos tradicionales de las relaciones humanas, esta vez centradas en la pareja.
El ámbito en el que se mueven las películas de Lanthimos se va expandiendo desde el escenario doméstico de Canino hasta alcanzar aquí lo global, por lo que la parábola adquiere tintes de premonición: un individuo llega a un hotel donde se lleva a cabo un programa para que las personas solteras entablen relación, ya que el orden social les considera inadaptados. Fuera, en medio de la naturaleza, opera una agrupación rebelde que se sitúa en el extremo opuesto y prohíbe la expresión de sentimientos entre sus miembros. Aunque ambos bandos permanecen en guerra, coinciden en la actitud dogmática y en la violencia para resolver sus respectivas faltas de disciplina, lo cual empuja a los integrantes de una parte y de otra a adoptar comportamientos artificiales y alienantes. El espectador de Langosta puede extraer lecturas éticas, políticas o filosóficas del argumento, todas con aplicación a la época reciente que Lanthimos denuncia con sus armas habituales: el distanciamiento y el humor negro.
Por muy terrible que pueda parecer lo que se muestra en pantalla, el director expone los hechos y las reacciones de los personajes bajo el prisma del cinismo e incluso el sarcasmo. Unos recursos expresivos que, como bien se sabe, no son percibidos por igual por todos los espectadores, así que habrá quien encuentre la película como una metáfora incisiva de nuestras deficiencias comunes, mientras que otros tengan dificultades para participar en el retorcido juego que propone el director. Y es que Langosta incurre en numerosos riesgos, el más notable es el cambio de tono que se produce a mitad del film, con un relajamiento del ritmo y una narración menos exuberante que en la primera parte. En ambos casos, Yorgos Lanthimos ejerce de director manierista, cada vez más alejando de la austeridad de sus anteriores títulos y con un método que se va enriqueciendo de elementos, situaciones y personajes. Prueba de ello es el extenso reparto en el que se pueden encontrar los nombres de Colin Farrell, Rachel Weisz, Léa Seydoux y John C. Reilly, además de Aggeliki Papoulia y Ariane Labed, quienes repiten con el director después de Alps. Todos ellos magníficos y con la capacidad de resolver el rasgo característico que define a sus personajes, ya sea físico (la cojera, el ceceo, la cabellera rubia) como de personalidad (la frialdad, la desesperación, la servidumbre).
Estas y otras cualidades hacen de Langosta una película atípica, que se parece a muy pocas. Lanthimos hace evolucionar su planificación y puesta en escena para abarcar los componentes del relato, que son muchos y funcionan a distintos niveles, desde el simbolismo lírico a la acción (cuya dinámica se altera mediante el ralentizado de las imágenes). El recurso de la cámara lenta es empleado por el director con el fin de aislar del conjunto algunos momentos determinados, re-significando su sentido original para dotarlo de una nueva dimensión, ya sea en secuencias decisivas como en otras en apariencia intrascendentes. Lanthimos añade esta herramienta a su lenguaje visual de aquí en adelante, un lenguaje que gana elocuencia en el montaje y que vuelve a contar con la fotografía del siempre inspirado Thimios Bakatatakis.
En definitiva, Langosta es un ejercicio muy estimulante de cine de autor, menos hermético que las películas antecesoras de Yorgos Lanthimos, pero igual de valiente. Sus hallazgos formales no deberían ocultar la advertencia que lanza la película, y es que en una sociedad donde rige la apariencia y avanza el conservadurismo, se corre el peligro de acabar siendo víctima de unos prejuicios adquiridos por herencia cultural. Algo que nos concierne a todos y que Langosta disfraza de distopía para analizar el presente.