BLUE VALENTINE. 2010, Derek Cianfrance

Al igual que sucede en los ecosistemas, el cine independiente necesita regenerar su propio suelo de vez en cuando para que prevalezca el ciclo evolutivo de las especies. Así se suceden los nombres de los autores y los técnicos, los títulos de las películas y también los referentes, que van surgiendo según la tendencia o necesidad de cada momento. A este grupo bien podría pertenecer Blue Valentine, el segundo largometraje dirigido por Derek Cianfrance, una película que lleva el apelativo indie en su código genético. Es verdad que en el reparto figuran dos actores que hoy son conocidos pero que entonces eran emergentes, Ryan Gosling y Michelle Williams, en todo lo demás el film se adhiere a ese cine situado en los márgenes de la gran industria.
A nivel financiero, Blue Valentine está producida por un conglomerado de estudios pequeños y entidades privadas, lo cual le permitió entrar en el circuito de festivales y obtener cierta repercusión gracias a su pareja protagonista, llegando incluso a ser candidata para algunos premios de relumbrón. No es un dato anecdótico, ya que la película es fiel a sus principios y cuida mantener su personalidad en cada escena. Lo primero que llama la atención es la estética que imprime la fotografía de Andrij Parekh, con reminiscencias de los años setenta: luces fuertes sobreexpuestas, sombras con ruido y colores cuyo tono y densidad cambian según la intención dramática. Cianfrance aplica una estética que transmite cercanía, ya que de lo que se trata es de adentrarse en la intimidad de un matrimonio en plena descomposición. El guion mezcla dos tiempos en paralelo: el pasado, en el que la pareja se conoce y entabla relación, y el presente, en el que todo se destruye. Ambas épocas se solapan completándose y contrariándose la una a la otra, en un diálogo devastador que no hace concesiones a la lágrima fácil.
El acierto de Cianfrance es mantener el equilibrio sin caer en el exceso. Blue Valentine narra una historia de emociones que brotan con intensidad, pero lo hace desde la mesura, sin añadir leña al fuego. Para ello, el director cuenta con la complicidad de Gosling y Williams, ambos magníficos en los sucesivos cambios de registro y en la credibilidad que exigen sus personajes. La película deposita en ellos una importante responsabilidad, hasta el punto de que determinan el resultado y lo elevan a la categoría de tragedia romántica. No confundir con los numerosos títulos que han emponzoñado el género, puesto que lo que aquí se calibra es cine que extrae oro del carbón, brillantez de la oscuridad. Blue Valentine es un film doloroso e incómodo de ver, que hace reconocibles nuestras peores miserias y que consigue construir la atmósfera adecuada gracias, entre otras cosas, a una acertada banda sonora integrada por canciones que participan de la trama y temas compuestos por la banda neoyorquina Grizzly Bear.
En resumen, cabe destacar Blue Valentine como el ejemplo perfecto de lo que puede lograr un director como Derek Cianfrance, consciente de la oportunidad que le ofrece esta película para dar continuidad a su carrera en el cine, al frente de un equipo implicado y unos actores en estado de gracia. Sin mucho presupuesto y con un objetivo claro que consiste en apelar a los sentimientos del público sin agraviar su sensibilidad y damnificando la memoria colectiva de toda persona que haya tenido pareja alguna vez.