KINETTA. 2005, Yorgos Lanthimos

Cuatro años antes del reconocimiento que significó Canino, el director Yorgos Lanthimos experimentaba en los márgenes del cine con historias y formatos que ponían a prueba su incipiente lenguaje narrativo. A esta primera etapa pertenece Kinetta, su debut en solitario y un ejemplo de los riesgos que ya desde temprano comenzó a asumir Lanthimos en condiciones bastante precarias. La película está filmada en 16 mm. con unos pocos personajes y en escasos escenarios, el principal es un hotel deshabitado en la costa, a la espera de que se reanude la temporada de turistas. Una camarera de pisos se ocupa de mantener las habitaciones en orden y se relaciona con los otros dos protagonistas del film: un operador de cámara que asume encargos de todo tipo, algunos de ellos de naturaleza extraña, y un agente de policía que se sirve de su autoridad para cometer ciertos abusos. En realidad, este planteamiento nunca es explícito y se intuye por lo que sucede en la pantalla, al igual que el desarrollo y el desenlace de la trama. Kinetta se aleja premeditadamente de toda narración convencional para plantear situaciones aisladas que el público debe conectar y dotar de significado, si es que lo precisan. Porque no es necesario hacer una interpretación racional de la película: aquí de lo que se trata es de dar forma visual a las sensaciones que han interesado a Yorgos Lanthimos desde el inicio de su trayectoria: la soledad, el desarraigo, el poder y la sumisión, la dificultad para unirse a otras personas, la incomunicación.
Es importante que el espectador sepa lo que va a ver para no sentirse decepcionado: Kinetta es la indagación de un cineasta ensayando con las imágenes, en torno a algunas influencias pasadas y recientes. Entre las primeras se adivina un recuerdo a Faces de John Cassavetes (la escena del intento de suicidio frustrado en el cuarto de baño), y entre las segundas queda todavía cercana la referencia al movimiento Dogma 95, cuyo lenguaje es similar al empleado por Lanthimos: cámara en mano, iluminación natural, inmediatez y crudeza en los encuadres. El montaje alterna los planos abiertos de situación con otros muy cerrados que se pegan a los personajes, forzando el foco y la paciencia de los espectadores con claustrofobia. Es como si el director quisiera violentar el ojo del que mira y a los propios actores, para obtener de ellos determinadas reacciones. Sus personajes carecen de nombre y los escasos diálogos no tienen relevancia en el conjunto, ya que Kinetta es más una consecución de fragmentos que un todo, una experiencia parecida a la de mirar a través de un cristal esmerilado.
Por supuesto, no es una película que busque el consenso ni el público fácil, acaso tampoco el difícil. Kinetta se busca a sí misma en el misterio que encierran sus fotogramas, un reto solo apto para los degustadores de rarezas y aquellos que disfruten asomándose a las esquinas que suelen evitar las películas mayoritarias: los tiempos muertos, la representación fuera de la norma de las relaciones afectivas y sexuales, el silencio como discurso cinematográfico... en fin, todo lo que entraña riesgo para un artista como Yorgos Lanthimos, en una opera prima tan desconcertante como merece su filmografía.