Cuatro años antes del reconocimiento que significó Canino, el director Yorgos Lanthimos experimentaba en los márgenes del cine con historias y formatos que ponían a prueba su incipiente lenguaje narrativo. A esta primera etapa pertenece Kinetta, su debut en solitario y un ejemplo de los riesgos que ya desde temprano comenzó a asumir Lanthimos en condiciones bastante precarias. La película está filmada en 16 mm. con unos pocos personajes y en escasos escenarios, el principal es un hotel deshabitado en la costa, a la espera de que se reanude la temporada de turistas. Una camarera de pisos se ocupa de mantener las habitaciones en orden y se relaciona con los otros dos protagonistas del film: un operador de cámara que asume encargos de todo tipo, algunos de ellos de naturaleza extraña, y un agente de policía que se sirve de su autoridad para cometer ciertos abusos. En realidad, este planteamiento nunca es explícito y se intuye por lo que sucede en la pantalla, al igual que el desarrollo y el desenlace de la trama. Kinetta se aleja premeditadamente de toda narración convencional para plantear situaciones aisladas que el público debe conectar y dotar de significado, si es que lo precisan. Porque no es necesario hacer una interpretación racional de la película: aquí de lo que se trata es de dar forma visual a las sensaciones que han interesado a Yorgos Lanthimos desde el inicio de su trayectoria: la soledad, el desarraigo, el poder y la sumisión, la dificultad para unirse a otras personas, la incomunicación.
Es importante que el espectador sepa lo que va a ver para no sentirse decepcionado: Kinetta es la indagación de un cineasta ensayando con las imágenes, en torno a algunas influencias pasadas y recientes. Entre las primeras se adivina un recuerdo a Faces de John Cassavetes (la escena del intento de suicidio frustrado en el cuarto de baño), y entre las segundas queda todavía cercana la referencia al movimiento Dogma 95, cuyo lenguaje es similar al empleado por Lanthimos: cámara en mano, iluminación natural, inmediatez y crudeza en los encuadres. El montaje alterna los planos abiertos de situación con otros muy cerrados que se pegan a los personajes, forzando el foco y la paciencia de los espectadores con claustrofobia. Es como si el director quisiera violentar el ojo del que mira y a los propios actores, para obtener de ellos determinadas reacciones. Sus personajes carecen de nombre y los escasos diálogos no tienen relevancia en el conjunto, ya que Kinetta es más una consecución de fragmentos que un todo, una experiencia parecida a la de mirar a través de un cristal esmerilado.
Por supuesto, no es una película que busque el consenso ni el público fácil, acaso tampoco el difícil. Kinetta se busca a sí misma en el misterio que encierran sus fotogramas, un reto solo apto para los degustadores de rarezas y aquellos que disfruten asomándose a las esquinas que suelen evitar las películas mayoritarias: los tiempos muertos, la representación fuera de la norma de las relaciones afectivas y sexuales, el silencio como discurso cinematográfico... en fin, todo lo que entraña riesgo para un artista como Yorgos Lanthimos, en una opera prima tan desconcertante como merece su filmografía.
Es importante que el espectador sepa lo que va a ver para no sentirse decepcionado: Kinetta es la indagación de un cineasta ensayando con las imágenes, en torno a algunas influencias pasadas y recientes. Entre las primeras se adivina un recuerdo a Faces de John Cassavetes (la escena del intento de suicidio frustrado en el cuarto de baño), y entre las segundas queda todavía cercana la referencia al movimiento Dogma 95, cuyo lenguaje es similar al empleado por Lanthimos: cámara en mano, iluminación natural, inmediatez y crudeza en los encuadres. El montaje alterna los planos abiertos de situación con otros muy cerrados que se pegan a los personajes, forzando el foco y la paciencia de los espectadores con claustrofobia. Es como si el director quisiera violentar el ojo del que mira y a los propios actores, para obtener de ellos determinadas reacciones. Sus personajes carecen de nombre y los escasos diálogos no tienen relevancia en el conjunto, ya que Kinetta es más una consecución de fragmentos que un todo, una experiencia parecida a la de mirar a través de un cristal esmerilado.
Por supuesto, no es una película que busque el consenso ni el público fácil, acaso tampoco el difícil. Kinetta se busca a sí misma en el misterio que encierran sus fotogramas, un reto solo apto para los degustadores de rarezas y aquellos que disfruten asomándose a las esquinas que suelen evitar las películas mayoritarias: los tiempos muertos, la representación fuera de la norma de las relaciones afectivas y sexuales, el silencio como discurso cinematográfico... en fin, todo lo que entraña riesgo para un artista como Yorgos Lanthimos, en una opera prima tan desconcertante como merece su filmografía.