EL ESPÍA. "The thief" 1952, Russell Rouse

Russell Rouse inició su carrera con una serie de películas independientes entre las cuales El espía tiene una cualidad muy especial que la vuelve atípica dentro del género negro: la ausencia completa de diálogos. Se trata del primer título dirigido en solitario por Rouse y una verdadera prueba para demostrar sus capacidades como narrador visual, ya que todo lo que sucede se explica únicamente mediante los recursos de la imagen y el sonido, prescindiendo de la palabra hablada. Así, la música compuesta por Herschel Burke Gilbert adquiere gran importancia como vehículo expresivo, además de la interpretación de Ray Milland, que encarna a un físico nuclear que proporciona informes secretos a una potencia extranjera.

La gestualidad y el movimiento del actor resultan muy apropiados para transmitir las tormentas interiores que vive su personaje, asediado por el servicio de inteligencia y por sus propios remordimientos. Una tensión que crece a lo largo de la película y que Rouse ilustra de manera creativa y dinámica. La cámara se mueve con destreza a través de los escenarios y encuadra con profusión de ángulos y tamaños, buscando siempre aunar el significado con la estética (valgan como ejemplo los planos cenitales que revelan la opresión del protagonista entre las paredes del apartamento). El director de fotografía Sam Leavitt emplea con inteligencia las luces y las sombras en un contrastado blanco y negro que, en el tercer acto, se vuelve naturalista, cuando la acción se traslada de Washington a Nueva York. Las imágenes finales que equiparan el amanecer de la conciencia del espía con el amanecer en la ciudad adquieren una calidad documental libre de artificios, en la que el personaje se funde con el entorno. Este desenlace de carácter simbólico y aspecto realista llega después de un ejercicio de estilo muy elocuente, que logra mantener la atención sin que se echen de menos las conversaciones durante el metraje. 

El guion escrito por Rouse junto a Clarence Greene, su colaborador habitual en la primera etapa, repite determinados momentos para que el público conozca la rutina del personaje principal. De este modo, la ruptura de la trama gana en dramatismo gracias a secuencias como la del Empire State, por ejemplo, y otros bloques cinematográficamente bien construidos que encuentran el ritmo perfecto en el montaje. En suma, El espía es un film que luce orgulloso su condición de rara avis y que revela a un director, Russell Rouse, que nunca ha obtenido el reconocimiento que merece.