Porque la cualidad que predomina en Historias para no contar es la del humor que revela incomodidades, la dificultad humana para la sinceridad y la comunicación afectiva. El lenguaje cinematográfico que emplea Gay para narrar cada una de las situaciones es eficaz y sencillo, incluso se podría considerar funcional (abundan los planos medios y los primeros planos), lo cual traslada el peso al guion y los actores. Ellos aportan su personalidad al fragmento en el que intervienen y completan un mosaico en el que queda reflejado el universo propio de Gay, poblado por seres algo neuróticos de clase media/alta que buscan distraer cierto hastío existencial con aventuras románticas en entornos urbanos. Más que un conjunto de episodios independientes, la película debe ser vista como una suma de partes en torno a una misma idea, si bien se puede disfrutar de ambas maneras.
A estas alturas, Cesc Gay no depara sorpresas ni abandona un estilo en el que parece consolidado. Historias para no contar ofrece un divertimento accesible con dosis de corrosión y de crítica social que, no obstante, tiene capacidad para agradar a un público amplio. Esto, que suele ir en detrimento del concepto de autor, es sin embargo una aspiración difícil de conseguir. Hacer un cine reconocible, en el que la idiosincrasia no esté reñida con las pretensiones comerciales. Nada más y nada menos.