EL AGUA. 2022, Elena López Riera

Con pasos firmes y atentos, la directora Elena López Riera va recorriendo a través de su cine el mapa físico y mental de su tierra, Orihuela. Esta población de la provincia de Alicante ha aparecido en sus anteriores cortometrajes y vuelve a ser el escenario de El agua, su primera película larga, que consigue sacar adelante gracias a un programa de colaboración europeo que implica a España, Francia y Suiza. No deja de ser curioso que la alianza económica y artística de estos tres países dé como resultado una obra tan arraigada al lugar donde ha sido filmada y con una idiosincrasia de fuerte carácter local. Lo cual prueba que el cine en sí mismo es un espacio común donde convergen ideas y relatos, da igual su procedencia. El agua está en plenitud de las dos cosas.

Lo primero que llama la atención de la película es la convivencia orgánica entre realidad y ficción. López Riera y su coguionista Philippe Azoury (quien también interpreta un papel en el film) inventan una leyenda que relaciona a las mujeres oriolanas con el fenómeno de las riadas que cada cierto tiempo anegan el territorio. El mito y la naturaleza se funden en la trama y condicionan la forma de la película, a medio camino entre el costumbrismo documental y la fantasía esotérica. La directora consigue que este híbrido de géneros y de estéticas se materialice en la pantalla sin que parezca forzado y bajo una sencillez solo aparente, ya que conlleva un gran trabajo de observación que se manifiesta en los detalles. El agua muestra ritos de fe (la cura del mal de ojo, la vigilia de la Virgen) y ritos paganos (la competición de palomos, la rave de música electrónica) que se alternan con fluidez y marcan el día a día de los personajes, en mitad de un verano carente de estímulos.

El paisaje que dibuja López Riera evita la postal mediterránea y se fija en esos rincones que suelen pasar desapercibidos: bares de carretera, gasolineras, polígonos industriales, calles abandonadas por vecinos que se pueden permitir viajar a la playa... sin embargo, la directora y Giuseppe Truppi, el responsable de la fotografía, consiguen crear una identidad visual a través de los encuadres, la luz y el montaje (que firma Raphaël Lefèvre) y dotan a las imágenes de un carácter misterioso y al mismo tiempo cercano. Hay escenas como la del regreso nocturno a través del palmeral o el baño de la abuela que son un buen ejemplo. Estos momentos de intimidad se intercalan con otros que adoptan el lenguaje del documental, con la participación de personas del pueblo que ofrecen su testimonio a cámara y la inclusión de material de archivo, proveniente de la televisión y de grabaciones amateur de dispositivos móviles. López Riera suma así una mirada antropológica a la fábula que tiene entre manos, un reflejo directo de los usos y costumbres de un emplazamiento físico que, además, es humano, ya que la película incluye un buen número de actores nativos no profesionales.

Pero sobre todo, El agua es un alegato que defiende el derecho de las mujeres de la zona a mantener su libertad y vivir su deseo sexual sin ser juzgadas. Bárbara Lennie, Nieve de Medina y la debutante Luna Pamiés son actrices de diferentes generaciones que encarnan a una familia sin hombres y sobre la que pesa una especie de maldición en el pueblo. Son brujas contemporáneas y orgullosas, que dan vida al discurso feminista que Elena López Riera despliega de manera sutil hasta la llegada del final. Solo entonces, la joven protagonista mira a cámara y su voz en off interpela al público para que tome partido. El drama que ha ido fluyendo a lo largo del metraje se vierte en un desenlace abierto, que es también una proclama y una declaración de intenciones. El agua se solidifica así en una de las operas prima más estimulantes y prometedoras del reciente cine español, que revela la visión propia de una autora en ciernes, a la que habrá que seguir muy de cerca.