SINTIÉNDOLO MUCHO. Fernando León, 2022

Para hacer un documental interesante sobre una persona interesante no basta solo con situarla delante de la cámara y ponerse a filmar. Es necesario buscar una forma de narrar el relato que se salga de lo preconcebido, encontrar los puntos de tensión y de distensión, escuchar a las voces adecuadas para recabar información, elegir el punto de vista y contrastarlo con otros... en suma, huir del retrato amable destinado a convencer a los ya convencidos. El cineasta Fernando León ha grabado al cantautor Joaquín Sabina durante periodos dispersos a lo largo de trece años, sin una meta marcada más que la del acompañamiento. Al final, da la sensación de que se han juntado partes del material recopilado, se han montado con cierta coherencia y se han presentado como una película titulada Sintiéndolo mucho sin que se adivine pasión en el resultado.

Lo cual es decepcionante, porque no se trata del primer documental que dirige León, aunque sí es el primero que tiene un claro carácter personalista. En sus anteriores películas de no ficción, cobraba gran importancia el contexto y el dibujo de un paisaje social que influía en los detalles. Aquí, sin embargo, todo está contemplado bajo el mismo foco y se transmite la sensación de ser un trabajo protocolario, terminado con desgana y antes de que reincidan los problemas de salud que han afectado al protagonista en los últimos tiempos. Y es que el septuagenario Sabina ha vivido un importante deterioro a causa de los excesos acumulados, la enfermedad y los accidentes, algo que queda patente en el documental. El retrato que se ofrece de él es el de un señor avejentado (mucho más que Serrat, compinche y hermano mayor en el escenario) que parece empujar a León a dibujar un perfil complaciente y algo lastimero, al borde del patetismo. La diferencia que se aprecia entre las imágenes del presente y las de apenas una década atrás subraya el estado precario del protagonista, quien trata de mantener el tipo entre ocurrencias ingeniosas, tragos de licor y bocanadas de humo... es Sabina haciendo de Sabina, pero en estado de derribo anticipado.

Sus numerosos seguidores quedarán complacidos con la película, mientras que el resto del público es probable que se sienta indiferente ante lo que muestra la pantalla. León divide la narración en diversos bloques (el recuerdo del famoso concierto del 86 en el Teatro Salamanca, el homenaje en Úbeda, los nervios antes de actuar, la caída del escenario en el Wizink de Madrid...) que se suceden sin orden cronológico formando una especie de mosaico que completa la figura del personaje. Al menos, ese parece ser el propósito. Pero hay tanto de lo que no se habla, que la selección de escenas que integran el montaje se antoja sesgada y condescendiente, como queriendo evitar pisar cualquier charco. Apenas se menciona nada de composición musical ni de proceso artístico, de filiaciones políticas ni de compañeros de viaje, de depresión... es evidente que Fernando León no ha querido contar la biografía completa de Joaquín Sabina sino capturar la fotografía de un instante, la etapa final de un creador con una larga carrera a sus espaldas.

Así, Sintiéndolo mucho tiene algo de oportunidad perdida. Ni siquiera la presencia del director en la película ofrece ningún estímulo, ya que no interviene más que como oyente que asiente a las palabras de Sabina, una especie de convidado de piedra que no trasluce la complicidad que se presupone detrás de la cámara. León carece del carácter expansivo y locuaz de un Michael Moore, por ejemplo, ni falta que le hace... pero cuesta entender su decisión de figurar en el plano sin contribuir con ello a la trama. Es una lástima, y tal vez una relación más constatable entre León y Sabina (al estilo de lo que hicieron Wenders y Ray en Relámpago sobre agua) hubiera podido reflotar el pesado barco que es Sintiéndolo mucho para navegar ligero y llegar a mejor puerto.