TÁR. 2022, Todd Field

Dieciséis años han tenido que pasar para que Todd Field vuelva a dirigir una película después de aquel fogonazo deslumbrante que fue Little children. Tal vez sea demasiado tiempo, o tal vez es que hay obras que evolucionan a su ritmo, sin ceder a las presiones de la industria y el mercado. Lo que es evidente es que no se alcanza con facilidad un nivel de sofisticación y un dominio de la puesta en escena como el que luce Tár, tercer largometraje de Field en un periodo de dos décadas.

El director continúa indagando en las complejidades de la condición humana, esta vez desde un ámbito distinto al de sus trabajos anteriores. Si In the bedroomLittle children exploraban las contradicciones de la clase media estadounidense, plena de bienes materiales pero insatisfecha en su desarrollo personal, la historia que cuenta Tár está poblada por una élite cultural que parte de una situación privilegiada y se encamina hacia su particular descenso a los infiernos. En especial el personaje principal de Lydia Tár, interpretado con maestría por Cate Blanchett, quien arrastra en su obsesión a todos los que gravitan a su alrededor. La actriz da vida a una reconocida directora de orquesta que afronta una grabación importante en su carrera, es una hembra alfa que se mueve a sus anchas en un mundo muy exigente y competitivo, hasta que la llegada de una joven instrumentista y los trágicos acontecimientos de una relación anterior comienzan a resquebrajar su seguridad y su posición de dominio. El guion escrito por Field incluye agudas reflexiones en torno al arte y su vínculo con las sociedades del pasado y del presente, además de ser un ensayo acerca de las relaciones de poder. Pero sobre todo, Tár es una película que trata sobre la percepción. La protagonista marca el punto de vista del relato y guía al espectador a través los recovecos de una mente en estado de demolición, sin abandonar nunca la subjetividad.

La dificultad que entraña una historia de este calado es que existe la tentación de hacer un retrato efectista del pathos (como hizo Aronofsky en Cisne negro, por ejemplo). En lugar de eso, Field opta por la contención y conduce con mesura tanto el relato como las imágenes. Cada una de sus decisiones mantiene la coherencia narrativa fundiendo fondo y forma, sirva como ejemplo la escena del primer acto en que la protagonista imparte clase: el hecho de que esté filmada en un largo y complejo plano secuencia no equivale a una exhibición visual como sucede con otros directores, porque en el tercer acto se hace alusión a la misma escena, esta vez cortada y manipulada para cambiar su sentido, dando oportunidad al público de contrastar diferentes apreciaciones de un único momento.

Así, algunas de las situaciones más dramáticas que sirven de quiebro (el ataque que sufre Lydia, el personaje de Krista Taylor, la decisión de los accionistas de la Filarmónica de Berlín) suceden fuera de plano y mediante elipsis, lo que convierte a Tár en dos películas que evolucionan en paralelo: una que se muestra en la pantalla y otra que no se ve pero que ocurre en la cabeza del público. La primera es de una calma tensa, mientras que la segunda expande en el subconsciente su violencia soterrada hasta filtrarse en los fotogramas, lo que convierte el visionado del film en un ejercicio apasionante. Hay instantes sonoros (los ruidos nocturnos que desvelan a Lydia, el grito en el parque) que no se concreta si son reales o imaginados, y esa indefinición es lo que hace que resulten estimulantes y no un simple artificio para mantener la atención.

En definitiva, Tár funciona como un volcán humeante que amenaza con erupcionar durante sus ciento sesenta minutos de metraje. Es la representación fría de una Lady Macbeth contemporánea, una mujer cubierta de aristas cuyos demonios son apaciguados por la dirección precisa de Todd Field y la fotografía también comedida de Florian Hoffmeister. Pero Tár es, sobre todo, un recital de Cate Blanchett en estado de gracia, que da soluciones precisas a todos los desafíos que propone el film. Junto a ella brillan Noémie Merlant y Nina Hoss, dentro del reparto internacional de esta producción rodada en su mayor parte en Alemania. El tercer paso de un cineasta que recorre un camino breve pero muy intenso, un recorrido sin atajos que avanza con una determinación y un rigor pocas veces vistos antes.