EL TRIÁNGULO DE LA TRISTEZA "Triangle of sadness" 2022, Ruben Östlund

Un lustro después de haber dirigido The Square, Ruben Östlund sigue caminando en el terreno de la sátira con determinación y paso firme. No puede ser de otro modo: la sátira es un género que no admite sutilezas ni equidistancias, dentro de su naturaleza está la provocación. En El triángulo de la tristeza, Östlund se despacha a gusto contra las clases dominantes y la cultura del postureo, estableciendo un combate social que se libra en alta mar, a bordo de un crucero de lujo.

La película está dividida en tres segmentos que van de lo individual a lo colectivo, de la historia de una pareja de jóvenes modelos al retrato de una comunidad cuyo orden jerárquico se invierte a causa de un imprevisto. O al menos eso es lo que parece, porque en realidad todo cuanto sucede en el guion está regido por la causalidad y por un sentido utilitario de la narración. Tal vez demasiado, hasta el punto de que El triángulo de la tristeza en ocasiones puede caer en la evidencia o el discurso fácil, pero así funciona la sátira desde que la inventaron los antiguos griegos: sin ambages y acertando en la diana a cañonazos. Östlund se vale de la caricatura de ciertos clichés para representar no solo a los mandamases que rigen el mundo a golpe de talonario, sino que también arroja una mirada inmisericorde hacia ese ganado sumiso que les mantiene en el poder, dentro de un sistema capitalista construido sobre la idea del "tanto tienes, tanto vales". En este sentido es muy revelador el personaje del capitán de la nave, interpretado con brillantez por Woody Harrelson, un marxista teórico que ahoga sus frustraciones en alcohol y oculta sus complejos de los tripulantes.

Más allá de los excesos argumentales, los exabruptos y la escatología, Östlund pone en práctica su habitual concisión en la puesta en escena y en el lenguaje cinematográfico. Lo que muestran las imágenes de El triángulo de la tristeza es tan importante como lo que no muestran, lo invisible completa lo visible a través de elipsis (que eluden el embarque de los viajeros y el naufragio, por ejemplo) y el empleo del fuera de campo, que antepone las consecuencias a las acciones (como la escena en que los empleados del barco se bañan por el capricho de una pasajera, omitiendo el contraplano de quienes contemplan la situación). Esta selección del punto de vista coloca al espectador en posiciones a veces incómodas, al lado de los que son objeto de la crítica, pero ahí está la comedia como recurso de distanciamiento... algo que Östlund maneja bien en términos visuales. El director sueco vuelve a contar con Fredrik Wenzel en la fotografía para recubrir las miserias morales del ser humano con una paleta de colores y una gama de luces de gran atractivo estético. Una contradicción buscada, al igual que sucede con la interpretación de los actores, capaces de insuflar vida a una caterva deshumanizada de oligarcas y plebeyos.

El amplio plantel está integrado por profesionales de diferentes países, puesto que El triángulo de la tristeza es una coproducción europea que supone una de las comedias más llamativas y punzantes de los últimos tiempos. Tiene la virtud de querer molestar y, sobre todo, guarda una lección que nunca pierde vigencia: todo aquel que detenta el poder termina corrompido, da igual el origen de su escalafón social. ¿Existe también aquí una incoherencia? Ruben Östlund es reconocido a nivel mundial, sus películas obtienen cada vez mayor presupuesto y ha logrado ingresar en la élite de los festivales. No faltará quien considere que con semejantes favores, no está legitimado para lanzar dardos al sistema y que sus películas sirven para aliviar la conciencia del público acomodado de izquierdas. O tal vez sea eso lo que le autoriza a hablar del neoliberalismo desde el corazón de la industria, como un caballo de Troya que trata de resquebrajar los cimientos del edificio que él mismo habita. En cualquier caso, es un autor capaz de asumir riesgos. Pueden ser algo burdos (poner a vomitar a todos los personajes como metáfora que asemeja el descontrol digestivo con el descontrol personal) pero qué duda cabe de que introducir una larga secuencia así en mitad de la película es un riesgo. Algo que muchos otros cineastas no están dispuestos a asumir.