SHEBA, BABY. 1975, William Girdler

De la media docena de películas que Pam Grier protagonizó en los años setenta producidas por el estudio American International Pictures, posiblemente la menos inspirada sea Sheba, baby. El director y guionista William Girdler no estaba dotado de ningún talento especial, si bien sabía manejarse con presupuestos muy ajustados y en géneros destinados a satisfacer las bajas pasiones de un público sin exigencias artísticas. Esto se traduce en historias esquemáticas y en diálogos pobres, una planificación televisiva, montajes funcionales, interpretaciones poco convincentes... a pesar de todas sus deficiencias, Sheba, baby encuentra en Grier un motivo suficiente para captar la atención y hacer que la historia se siga con cierto interés.

La poderosa presencia de la actriz sostiene el conjunto y justifica cada decisión que adopta la trama. Por absurdas que estas puedan parecer (como la variedad del vestuario que luce su personaje, una investigadora que lucha contra los extorsionadores que asedian el negocio de su padre), todo obtiene justificación gracias al carisma de Grier. La cámara se recrea en sus evoluciones de manera vaga y un tanto tosca, ya que Sheba, baby carece de la sofisticación que hubiera requerido un argumento algo más trabajado. La amenaza que deberían suponer los gangsters queda anulada por el sentido del cartoon que Girdler imprime en casi todo momento, lo cual resta fuerza al thriller y al drama en favor de la comedia. Esta difícil mezcla pone en evidencia las limitaciones del director e invita al espectador a abandonarse a la contemplación de Grier y al disfrute de la banda sonora, integrada por composiciones de Alex Brown y Monk Higgins. Poco más se puede decir de esta película que reúne los clichés del blaxploitation (hampones horteras, policía ineficaz, tiroteos, erotismo blando, peleas de mujeres...) y que emplea diversas localizaciones de la ciudad de Louisville para desarrollar la acción. Pero por encima de lo demás, Sheba, baby aprovecha el entusiasmo que Pam Grier despertó en aquella década en la que ella se erigió como justa y orgullosa referencia.

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RETRATOS FANTASMAS. 2023, Kleber Mendonça Filho

Con el paso del tiempo, cineastas de diversas generaciones van dejando memoria de las extintas salas de proyección en diferentes sitios del mundo. Sirvan como ejemplo Víctor Erice en La morte rouge, Meritxell Soler y Julián Vázquez en Cine al fin, Omar A. Razzak en Paradiso, Wari Gálvez Rivas en Cines de vídeo... a este grupo se suma el brasileño Kleber Mendonça Filho y su película Retratos fantasmas, que escribe y dirige uniendo su capacidad para el documental y para la ficción. Ambas posibilidades de narrar juegan en la pantalla sin que medie ninguna diferencia y mezclando, al igual que en los ejemplos citados, la observación de los comportamientos del público, la experiencia particular, el ensayo de arquitectura y el análisis de la cultura popular a lo largo de las últimas décadas.

Estos y otros elementos construyen el armazón narrativo que Mendonça Filho levanta con fabulosa libertad, llegando a parecer en varios momentos que Retratos fantasmas navega a la deriva. Lo cierto es que la estructura argumental obedece a una profunda reflexión acerca del devenir histórico de Brasil en el siglo XX, con unas circunstancias políticas y sociales que han marcado a la familia del director y a sus conciudadanos en Recife, la capital del Estado de Pernambuco. El guion está dividido en tres partes que van de lo individual a lo colectivo, una galería de lugares y rostros que, como se indica en el título, han sido recuperados del pasado gracias al material de archivo. Son fotografías y grabaciones hechas en muchos casos por Mendonça Filho cuando era joven, puesto que todo está guiado por su personal punto de vista y su constante voz en off. La cercanía que desprende el relato deviene al final en una secuencia de tintes fantásticos en el interior de un taxi, la única en el metraje que se desarrolla mediante diálogo y que incide en la idea de la aparición/desaparición de lo físico. Hay más sorpresas contenidas en el film, además de referencias ajenas y propias (en especial a Sonidos de barrio, primer largometraje de ficción de Mendonça Filho), recreación histórica y confesiones íntimas, porque el autor entiende que la vida y el cine son indisociables.

En Retratos fantasmas hay una vocación de experimentar con lo visual a través del montaje y una intención estética que busca confundir lo real, lo inventado y lo filmado. La cámara se mueve en panorámicas que corrigen el encuadre como si se tratase de un ser vivo, un animal que se va fijando en determinadas cosas según avanza por el escenario. Hay una presencia tangible de los medios que capturan las imágenes, una pulsión inmediata que hace que el conjunto respire y reaccione a lo que acontece. Lo dice el propio Mendonça Filho en una de las escenas: "Cuando se junta lo mundano con la imagen cinematográfica es cuando surge la película".

En definitiva, Retratos fantasmas es una de las películas más estimulantes y hermosas que puedan verse hoy en día. Un ejercicio de libertad creativa que parte de lo singular para hablar de lo plural, y que demuestra el enorme grado de inspiración de su director, Kleber Mendonça Filho.

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LA ESTRELLA AZUL. 2023, Javier Macipe

Aunque el fenómeno venía de antes, en los últimos años han proliferado los biopics musicales a raíz del éxito en 2018 de Bohemian Rhapsody. Títulos como Rocketman, I wanna dance with somebodyElvis, Back to black... coinciden en la fórmula del ascenso, caída y redención del artista torturado por sus demonios internos que consigue trascender gracias a su talento. La estrella azul sigue estos derroteros con la diferencia de que Javier Macipe, el guionista y director, evita la hagiografía y la moraleja aleccionadora tan comunes en los productos del mercado anglosajón. No es de extrañar: Macipe es aragonés, al igual que Mauricio Aznar, el músico al que retrata en su segundo largometraje tras haber realizado un buen número de cortos.

En La estrella azul se cuenta la escapada del compositor y cantante de la banda Más birras desde Zaragoza hasta la provincia de Santiago del Estero, en el norte de Argentina, en la década de los noventa. Una huida que Mauricio emprende de sí mismo, de su insatisfacción personal y de las adicciones, en busca de la autenticidad de los sonidos del folklore. Siguiendo la huella de Atahualpa Yupanqui se encuentra con Carlos Carabajal, el considerado padre de la chacarera, interpretado por su hermano Cuti, a su vez un artista de referencia dentro del género. La película adopta entonces la forma del relato de aprendizaje que no se constriñe al tema musical, sino que alcanza la lección de vida. A lo largo del metraje, Mauricio aprenderá a ser mejor persona, pero sin las consabidas monsergas bienintencionadas en las que se insiste en esta clase de historias. Macipe se esfuerza por mantener a raya los sentimientos (por ejemplo: la trama amorosa no se consuma más que con un baile) y hace de La estrella azul un ejercicio de contención que consigue involucrar al público guardando las distancias, valga la paradoja. ¿De qué modo? Mediante la práctica de la metaficción y de recursos expresivos que exploran el lenguaje cinematográfico. Hay varias escenas que lo ilustran: el comienzo en el que se muestra el propio guion, la aparición del equipo de rodaje, el supuesto casting de actores... Este juego entre verdad e invención ayuda, por un lado, a esquivar las convenciones del film "basado en hechos reales" y, por otro, a proponer al espectador una mirada abierta que le permite participar en lo que ve.

En cuanto a la gramática visual empleada por Macipe para favorecer dicho acercamiento, hay momentos suficientes a los que prestar atención. Algunos llamativos (el plano secuencia que salta de tiempo y de lugar desde la sala de conciertos hasta la casa donde vive Mauricio, o la elipsis en el cielo nocturno que concluye al amanecer) y otros detalles más sutiles, como la omisión del rostro de la madre en la conversación con el hijo poco antes de morir. La estrella azul está salpicada de estos y otros instantes sorprendentes que hacen avanzar el argumento con fluidez y sin que el artificio formal amortigüe la naturalidad que persigue la narración. El director logra una frescura y humanidad que se deben, en buena parte, a la acertada elección de actores. En especial de Pepe Lorente, quien resuelve con credibilidad su primer papel protagonista importante y hace que todo a su alrededor resulte veraz. Es lo mejor que se puede decir de una película que aspira a celebrar a los artistas relegados por la industria al plano secundario, aquellos que luchan por salir adelante sin vender a cambio su identidad. Mauricio Aznar cambió los oropeles del rock'n roll por una porción de honestidad en la sombra. Este homenaje emocionante y hermoso hecho por sus paisanos le rinde el tributo que merece.

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Ms. 45. 1981, Abel Ferrara

Abel Ferrara comienza su carrera durante la década de los setenta en la más absoluta independencia, filmando películas baratas en su Nueva York natal y rodeado de algunos antiguos amigos como Nicholas St. John, que será su guionista habitual en los siguientes años. Con él se inicia en el largometraje haciendo primero una película porno (9 lives of a wet pussy), después un slasher protagonizado por el mismo Ferrara (The driller killer) y, por fin, el film que llamará la atención de los cazadores de curiosidades: Ms. 45. Un thriller psicológico de serie B cuyas referencias abarcan los subgéneros de "violación y venganza" y el nunsploitation, sin olvidar a cineastas tan dispares como Alfred Hitchcock o Bo Arne Vibenius.

La trama cuenta las andanzas de una joven empleada en una empresa de moda de Manhattan. Se llama Thana y es muda, pero la verdadera discapacidad que padece es de relación con los demás. Un día es asaltada por dos individuos que abusan de ella en distintos momentos, dos ataques que la sumen en estado de shock y que tienen diferentes resultados: en el segundo de ellos, Thana logra defenderse y toma la pistola de su agresor para darle muerte. A partir de entonces, empleará el arma de calibre 45 que se alude en el título para iniciar una particular cruzada contra los hombres, valiéndose de su belleza para ajusticiar a adúlteros, proxenetas y machistas en general. El descenso por la espiral de la violencia que sigue la protagonista encarnada por Zoë Lund, va parejo a su deambular por la ciudad en imágenes casi documentales, que captan el latido de las calles.

El director de fotografía James Lemmo imprime un aire de realismo a las localizaciones exteriores que sitúa la película en su época. Una virtud que no siempre se repite en los interiores y que denota el carácter amateur de Ms. 45, si bien algunas de sus imperfecciones (las interpretaciones forzadas, el guion dubitativo, la tosca planificación) contribuyen a dar al conjunto una identidad especial, fresca y atractiva. Ferrara ensaya aquí su característico estilo de cine "a brochazos" y desata su ideario (sería más preciso decir su compulsionario) político y moral, donde batallan los conceptos de libertad individual, el sexo, la culpa, el pecado... todo agitado en una obra que mezcla la creación artística y la experiencia propia.

Ya desde el principio, la personalidad de Ferrara se impone al acabado formal y dota de iconicidad muchas de las imágenes. ¿Quién puede olvidar el primer plano de Thana bendiciendo con sus labios cada una de las balas con las que carga el revólver? ¿O el reparto en diversos rincones urbanos de las bolsas con los restos desmembrados de su primera víctima? Son instantes tan poderosos que hacen obviar las irregularidades de esta película hoy considerada de culto gracias, entre otros motivos, a la hipnótica presencia de Lund. Ella termina de dar sentido a un proyecto que carecía de él, su representación de Ms. 45 es la mejor posible y consigue que sus limitaciones como actriz se olviden en favor de su inquietante fisicidad. Solo por esta razón merece la pena recuperar este clásico del grindhouse de los ochenta.

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PERFECT DAYS. 2023, Wim Wenders

Casi cuarenta años después de Tokio-Ga, el director Wim Wenders regresa a la capital japonesa, esta vez con una película de ficción enteramente producida allí y con una mirada de reconocimiento y cercanía. Para ello, Wenders se acompaña en el guion de Takuma Takasaki, con quien describe la cotidianeidad de un empleado de limpieza de los servicios públicos de la ciudad, desde que se despierta al amanecer sobre el futón de su pequeño apartamento hasta que se acuesta de noche, tras un rato de lectura a la luz del flexo. Lo que ocurre entre medias es la rutina laboral y los momentos de ocio, repetidos día a día con algunas variaciones que introducen la sorpresa: una visita familiar, el encuentro con un enfermo que se está despidiendo de la vida... Perfect days trata del valor de las cosas sencillas y la relatividad de lo que se considera común y excepcional, relacionado con conceptos de la cultura oriental como Komorebi (la luz del sol que se filtra a través de las hojas de un árbol), Shibui (la belleza de la simplicidad) o Yūgen (las emociones derivadas de los misterios de la existencia).

Más allá de los localismos y la idiosincrasia nipona que luce el film, hay una vocación internacional que incluye referencias anglosajonas en la literatura y la música que disfruta Hirayama, el protagonista interpretado por Kôji Yakusho. De hecho, el título de Perfect days convierte en plural una de las canciones más recordadas de Lou Reed, que suena a lo largo del metraje junto a Patti Smith, Nina Simone o los Kinks, entre otros. Y no de cualquier manera: el personaje principal escucha cassettes durante sus recorridos en coche por la urbe, en una especie de resistencia analógica que le lleva también a revelar los carretes de fotografías que toma de la naturaleza en sus descansos para almorzar. Wenders hace así una reivindicación de las expresiones artísticas del pasado (las novelas que aparecen son del siglo XX) que explica la importancia que poseen los objetos tangibles y vividos, en contraposición a la fugacidad inmaterial que caracteriza el "consumo de contenidos" culturales del presente. Esta actitud declinista que vincula lo antiguo con lo bueno identifica a Hirayama sin demasiados argumentos, ya que se adivina poco de él, más que sus costumbres diarias: no se le conoce ideología, ni amistades, ni amores pretéritos. Parece estar enamorado de una mujer a la que no le dice nada, tal vez por temor a ser rechazado. No importa, porque lo que expresa Wenders en boca de Hirayama es "la próxima vez es la próxima vez, ahora es ahora".

Es una de las escasas frases de diálogo de Perfect days, ya que el desarrollo narrativo sucede de forma visual. La cámara siempre en mano sigue las acciones del personaje con una profusión de planos que hace que el montaje sea muy dinámico, abriendo y cerrando el encuadre según se busca mostrar el entorno o detallar reacciones. El director pone énfasis en asociar la figura humana con el espacio que le rodea y, sobre todo, en seguir la evolución de las horas del día a través de la luz, por eso resulta fundamental la labor de Franz Lustig en la fotografía. Colaborador de Wenders desde hace dos décadas, Lustig realiza una captura meticulosa de los matices que van del alba al anochecer, esa experiencia consustancial al cine que es conducir el cauce del tiempo. Además adquieren relevancia las sombras, incluso a nivel dramático, como pasa en la escena nocturna junto al río Sumida. Y los colores, como se observa en la diferencia cromática que separa al protagonista de su hermana en la conversación que mantienen en la calle. Son ejemplos del refinamiento estético de Perfect days, filmada en formato de 4/3 para ilustrar el carácter solitario de Hirayama y la estrechez de los escenarios en los que se mueve. La película se adentra en el terreno artístico con las ensoñaciones creadas por Donata Wenders, esposa del director, mediante imágenes en blanco y negro que sirven de interludios abstractos para separar las diferentes jornadas.

Todos estos elementos permiten celebrar el regreso de Wim Wenders a un cine de ficción digno de su legado, en una última etapa bastante desdibujada. Puede que Perfect days no recupere el brío de sus mejores películas de los años setenta y ochenta, pero por lo menos invita al optimismo y nos recuerda que detrás de esta inmersión oriental con aires de autoayuda, hay un cineasta inventivo y solvente capaz de brillar cuando lo favorece el proyecto.

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