Dentro de un
tiempo, habrá quien se pregunte por el auge actual de las películas de
superhéroes. Unos opinarán que en tiempos de crisis iracundas, fue lógico
recurrir a salvadores con poderes (a grandes males, grandes remedios). Otros lo
achacarán al desarrollo de los efectos especiales, herramienta sobre la que se
sustenta el género. También habrá quien observe el factor nostálgico, puesto
que muchos de los padres que hoy acompañan a sus hijos al cine leyeron los
cómics cuando eran niños. Y al fin, los más prosaicos, dirán que todo se debió
al plan de crecimiento y expansión de la compañía Marvel, adquirida en 2009 por
el gigante Disney. Todas estas razones serán válidas, o quizá ninguna, pero ya
dará igual.
Lo cierto es
que hay unas cuantas franquicias en marcha (el Capitán América, Thor, X-Men,
los Vengadores...) dentro de las cuales Spider-Man ocupa un lugar relevante. El
Hombre Araña es sin duda el personaje más universal de Marvel, y con la quinta
película de su revivida trayectoria cinematográfica, demuestra no ser inmune ni
siquiera a su propia historia: otra vez la crisis de pareja de Peter Parker,
otra vez el complejo de Edipo y el dilema entre el poder y la responsabilidad,
otra vez las viejas rencillas con la cúpula de OsCorp.
"The
Amazing Spider-Man 2: el poder de Electro" pisa terreno conocido, y el
cuarteto de guionistas que figura en los créditos no demuestra demasiada
imaginación a la hora de desarrollar el argumento. Las tramas se solapan unas
con otras hasta provocar una saturación de información que entorpece la fluidez
del relato y, sobre todo, el interés del espectador. Hay una dependencia de lo
sucedido en la anterior entrega que puede excluir a los profanos de la saga, y
que completa el círculo perverso que rodea al panorama audiovisual: antes las
series de televisión imitaban al cine, hoy es el cine el que imita a las series
de televisión.
También hay
aciertos, como el humor que muchas de estas películas han ido desechando y que
sigue siendo una de las señas de identidad de Spider-Man. Las otras bondades
del film residen en el trabajo de Marc Webb como director, con un derroche de
nervio y energía al servicio de las escenas de acción. Cada secuencia está
diseñada para crear espectáculo, una decisión legítima si no se cuenta con
demasiados escrúpulos. Porque la película incurre en algunos de los vicios
adquiridos por el moderno cine de género: confundir el ritmo trepidante con el
montaje atropellado, fragmentar la puesta en escena arbitrariamente, y
supeditar los infinitos emplazamientos de cámara en pos de la lógica narrativa.
Cuestiones que muchos considerarán absurdas tratándose de una película de
superhéroes, pero que empujan a que el cine se parezca menos al cine y más al
videojuego o al videoclip musical.
Si bien no
conviene perder la perspectiva de que nos encontramos ante un cómic filmado,
con el artificio que esto conlleva, también habrá que recordar que el drama al
que a veces aspira la película debería resultar creíble, algo para lo que los
actores no parecen capacitados. Andrew Garfield y Emma Stone se limitan a
prestar sus jóvenes y hermosos rostros, el resto de los ilustres veteranos
(Jamie Foxx, Paul Giamatti, Sally Field) aportan relumbrón, al tiempo que
engordan sus cuentas corrientes. Otra cosa es Dane DeHaan, actor inquietante
donde los haya y ejemplo de que un acierto de casting puede definir un personaje.
Así
con todo, la segunda parte de este Amazing Spider-Man se sigue con interés y
esboza aquí y allá, en medio del torbellino de sus elaboradas imágenes, esa
magia y ese candor que se asomaba también en las viñetas de los viejos cómics,
cuando Hulk era La Masa y los X-Men eran La Patrulla X. Spider-Man, por el
momento, sigue siendo Spider-Man, también en esta nueva entrega.