Basta ver el inicio de la película, cuando los personajes se acercan en bote a la isla donde sucederá la acción. Sin necesidad de expresar palabras, los protagonistas son presentados mediante planos en los que los gestos y las actitudes resultan fundamentales, y es que los actores aportan buena parte de los méritos que contiene el film. Un grupo de nombres que habitualmente ocupan las segundas líneas de los repartos: Barry Fitzgerald, Aubrey Smith, Judith Anderson, Mischa Auer... todos ellos excepcionales y muy bien conjuntados, en compañía de otros intérpretes entre los que brilla el genial Walter Huston. Es un gozo ver a semejantes profesionales compartiendo encuadre y pronunciando los ocurrentes diálogos escritos por el guionista Dudley Nichols.
Diez negritos es el quinto largometraje de Clair realizado en los Estados Unidos después de sus trabajos en Francia e Inglaterra, la mayoría comedias y musicales, en los cuales el director ha ido perfeccionando su sentido del ritmo y su capacidad para alternar situaciones con fluidez y viveza. Así pues, nos encontramos ante la exhibición de un maestro en pleno uso de sus facultades, una película brillante en los apartados técnicos y artísticos (atención a la escena de las cerraduras) que depara casi cien minutos de disfrute ininterrumpido. Teniendo en cuenta la ligereza a la que aspira el film y su vocación de sano entretenimiento, René Clair no solo cumple el objetivo de Diez negritos, sino que lo supera con creces.