LA HIJA DE UN LADRÓN. 2019, Belén Funes

Cuatro años después de haber realizado el cortometraje Sara a la fuga, la directora Belén Funes retoma a los mismos personajes y les hace evolucionar en una película de marcado carácter realista. Una realidad que no se vuelca solo en el contenido del relato, sino también en el parentesco que une a los actores protagonistas, Greta Fernández y Eduard Fernández. Ambos encarnan a los personajes del título, dos seres heridos por un pasado que nunca llega a mostrarse en imágenes pero que emerge de manera inevitable en cada secuencia. Por eso, La hija de un ladrón exige la participación del público, el cual asiste al día a día de Sara en su lucha por construir una familia de la que siempre ha carecido. La originalidad de la propuesta consiste en reflejar un momento determinado de su vida, durante el reencuentro con su padre recién salido se prisión. La historia que les une ha comenzado mucho antes del inicio del film y continuará después del final, lo que puede provocar desconcierto en más de un espectador... pero la directora catalana decide arriesgarse y contar la experiencia de Sara de manera fragmentada pero muy cercana, siguiendo sus pasos a través de trabajos precarios, pequeños triunfos, grandes fracasos y personas que vienen y van.
De hecho, Funes y su coguionista Marçal Cebrian evitan amoldarse a la estructura narrativa clásica de los tres actos y desarrollan la trama mediante una sucesión de escenas que muestran detalles en apariencia insignificantes, pero que aportan una cualidad dramática a la rutina, casi a modo de documental vivencial. De ahí que resulte inevitable recordar el cine de los hermanos Dardenne o Ken Loach cuando se contempla La hija de un ladrón. La directora recurre a algunas de las herramientas habituales en este género de películas, como son la cámara en mano, los planos largos y la búsqueda de verosimilitud en la iluminación y el sonido. Un estilo muy directo que alcanza el mayor grado de verdad con los actores, todos de enorme eficacia, un reparto en el que brillan el padre y la hija protagonistas. La película se mueve y respira a través de ellos, en especial de Greta Fernández, que tiene una presencia constante en la pantalla. No hay asomo de fingimiento en la interpretación de esta actriz que sostiene el peso del film sobre su mirada hastiada y su gesto áspero, como si no hubiera diferencia entre la persona y el personaje. La química que se establece con Eduard Fernández y con los demás actores insufla aliento a esta película de hondo calado humano, que reivindica sin hacer apologías y que denuncia sin emplear pancartas.
La hija de un ladrón retrata a esa población sumergida por las circunstancias económicas y sociales que trata de salir a flote a pesar de los inconvenientes, algunos de ellos de índole personal, que el público debe deducir según avanzan los hechos. Esta no es una película cómoda ni de fácil digestión, pero es necesaria. Porque pone rostro a las estadísticas y deja testimonio de una realidad que está ahí, a pie de calle, en una ciudad como Barcelona y en un tiempo como el de ahora mismo.