La directora Céline Sciamma retrocede al pasado para abordar desde una perspectiva diferente a sus anteriores películas el tema de la identidad sexual y las relaciones sentimentales entre mujeres. Aunque Retrato de una mujer en llamas trata el amor homosexual, el idilio que describe interpela a cualquier persona que en algún momento haya amado a otra, al margen de su género y orientación. Es un drama romántico en el que sus protagonistas experimentan una fascinación mutua, dificultada por los imperativos de la sociedad que entonces reprimía la condición lesbiana. La virtud de Sciamma es la de domesticar el torrente de emociones que contiene el film mediante la contención y la austeridad, sin por ello amortiguar su carácter de cuento.
La historia de Marianne y Héloïse acontece en el siglo XVIII, en la costa de la Bretaña francesa. Una época y un lugar que despiertan el imaginario pictórico y literario de Sciamma, quien a lo largo del metraje despliega referencias que van desde los cuadros de Camille Corot a las novelas de George Sand, con el objeto de crear una ficción de carácter cinematográfico. La habilidad de la directora para imprimir el ritmo adecuado a cada escena y situar al espectador en el punto de vista de Marianne, interpretada por Noémie Merlant, resulta sorprendente teniendo en cuenta que Retrato de una mujer en llamas huye del efectismo. Incluso cuando la película juega con lo irreal (las apariciones de Héloïse con el vestido blanco, el coro que canta junto a la hoguera), nunca se abandona la serenidad ni la armonía. Sciamma realiza un trabajo cuyos recursos expresivos y formales están medidos con exactitud, sin renunciar a la belleza, al contrario: el comedimiento general dota de credibilidad a la pasión que despierta el personaje encarnado por Adèle Haenel. Ella y Merlant componen dos personajes cuyas complejidades resuelven con economía gestual, dando especial importancia a las miradas y los diálogos.
Estos motivos, unidos al acabado técnico y al artístico, hacen de Retrato de una mujer en llamas un punto de inflexión en la filmografía de Céline Sciamma. Una directora empeñada en normalizar al colectivo LGTB en la pantalla, mediante unos códigos que incluyen la expresión sin complejos de los sentimientos, la crítica a una sociedad hipócrita (aquí representada en la madre que interpreta Valeria Golino) y la reivindicación del arte como una búsqueda de la libertad individual en comunión con la naturaleza. El hecho de que el personaje protagonista sea una pintora está hablando también de la función como cineasta de Sciamma. Su atención por los detalles se asemeja a las pinceladas firmes y meditadas de un cuadro en el que la suma de las partes completa el conjunto. Una obra que contribuye a la voluntad feminista de recuperar a las autoras que fueron ignoradas por la hegemonía masculina en el arte y que supone, además, un ejercicio íntimo de amplio alcance. En definitiva, se trata una película tocada por el lirismo, la sensualidad y el misterio en sus justas proporciones, persiguiendo un equilibrio perfecto que la directora alcanza con oficio y creatividad.
La historia de Marianne y Héloïse acontece en el siglo XVIII, en la costa de la Bretaña francesa. Una época y un lugar que despiertan el imaginario pictórico y literario de Sciamma, quien a lo largo del metraje despliega referencias que van desde los cuadros de Camille Corot a las novelas de George Sand, con el objeto de crear una ficción de carácter cinematográfico. La habilidad de la directora para imprimir el ritmo adecuado a cada escena y situar al espectador en el punto de vista de Marianne, interpretada por Noémie Merlant, resulta sorprendente teniendo en cuenta que Retrato de una mujer en llamas huye del efectismo. Incluso cuando la película juega con lo irreal (las apariciones de Héloïse con el vestido blanco, el coro que canta junto a la hoguera), nunca se abandona la serenidad ni la armonía. Sciamma realiza un trabajo cuyos recursos expresivos y formales están medidos con exactitud, sin renunciar a la belleza, al contrario: el comedimiento general dota de credibilidad a la pasión que despierta el personaje encarnado por Adèle Haenel. Ella y Merlant componen dos personajes cuyas complejidades resuelven con economía gestual, dando especial importancia a las miradas y los diálogos.
Estos motivos, unidos al acabado técnico y al artístico, hacen de Retrato de una mujer en llamas un punto de inflexión en la filmografía de Céline Sciamma. Una directora empeñada en normalizar al colectivo LGTB en la pantalla, mediante unos códigos que incluyen la expresión sin complejos de los sentimientos, la crítica a una sociedad hipócrita (aquí representada en la madre que interpreta Valeria Golino) y la reivindicación del arte como una búsqueda de la libertad individual en comunión con la naturaleza. El hecho de que el personaje protagonista sea una pintora está hablando también de la función como cineasta de Sciamma. Su atención por los detalles se asemeja a las pinceladas firmes y meditadas de un cuadro en el que la suma de las partes completa el conjunto. Una obra que contribuye a la voluntad feminista de recuperar a las autoras que fueron ignoradas por la hegemonía masculina en el arte y que supone, además, un ejercicio íntimo de amplio alcance. En definitiva, se trata una película tocada por el lirismo, la sensualidad y el misterio en sus justas proporciones, persiguiendo un equilibrio perfecto que la directora alcanza con oficio y creatividad.