Al igual que otras estrellas de Hollywood como Paul Newman y Robert Redford, el actor Warren Beatty emprende a finales de la década de los setenta una trayectoria en la dirección mediante títulos que le permiten trascender su imagen de galán y le revelan como un autor con inquietudes diversas. El mejor ejemplo dentro de su escasa filmografía es Rojos, película que le otorga un inesperado prestigio a causa del aluvión de premios. No es para menos. Se trata de una costosa producción de época con localizaciones en diferentes países y multitud de figurantes, al estilo de las epopeyas rodadas unos años atrás por los grandes estudios.
Aunque la historia que cuenta Rojos está ambientada a principios del siglo XX, con el auge de las revoluciones soviéticas y la implantación del socialismo en Norteamérica, no se puede obviar el momento en el que Paramount Pictures decide financiar el segundo largometraje dirigido por Beatty. Nada menos que en el inicio de la era Reagan, un periodo conservador con continuidad de gobiernos republicanos que bien podrían sentir recelos ante un proyecto cuyo título ya parece una provocación. Además de dirigir Rojos, el propio Beatty produce e interpreta al personaje protagonista, John Reed, un carismático periodista que saltó a la fama tras escribir Diez días que estremecieron el mundo, la crónica de su estancia en Rusia como testigo de la Revolución de octubre de 1917. El acierto del film y a la vez su pasaporte a las carteleras de medio mundo es que no resulta maniquea ni hace propaganda. Beatty lanza dardos a todos los estamentos y, lo que en principio parece una oda al ideario de izquierdas, poco a poco se va convirtiendo en una crítica al aparato que primero impulsó el movimiento y luego terminó ahogándolo entre dogmas, burocracias y depuraciones, hasta tergiversar su naturaleza progresista. Es el mismo recorrido ideológico y vital que atraviesa Reed, víctima de aquella utopía imposible de aplicar por los guardianes de unas ideas transformadas en preceptos.
El peso político del argumento es importante, pero también su carácter humano. Por eso Beatty comparte responsabilidad con Diane Keaton, la otra mirada que contempla la historia y permite que el espectador establezca distancia con la figura principal. El hecho de que buena parte de la acción siga los pasos de la periodista y escritora Louise Bryant, evita la tentación de caer en la idolatría que hubiera podido despertar la figura de Reed, poseedora de un atractivo y una fascinación que pocos nombres como Warren Beatty dotarían de credibilidad. Los dos forman una pareja con grietas y fortalezas, en la que se cruzan los personajes del dramaturgo Eugene O'Neill y la activista Emma Goldman, ambos interpretados por Jack Nicholson y Maureen Stapleton. Todos los actores están magníficos y consiguen desprender a sus personajes de la aureola mítica que les otorga la Historia, mostrándoles más terrenales y cercanos.
El diseño de producción es otro de los puntos fuertes de Rojos. Hay una labor muy cuidada en los decorados, el vestuario y los demás elementos que integran la escena, con una mención especial para quien sin duda es el artífice de que las imágenes de Rojos sean dignas de análisis hoy en día. La fotografía de Vittorio Storaro engrandece la película y la llena de belleza, no con el fin de acariciar los ojos del público mediante recursos estéticos, sino de crear las atmósferas adecuadas para que la narración evolucione al mismo tiempo que los personajes. La luz y la paleta de colores empleadas por Storaro ilustran los sentimientos de quienes aparecen en el encuadre, a la manera de los pintores clásicos, poniendo atención en los matices y en la profundidad de campo. Por eso, es justo reconocer al italiano como co-creador de la envoltura visual que hace de Rojos una película destacable.
Así pues, la película conjuga bien las vertientes dramáticas e históricas a lo largo de un metraje que sobrepasa las tres horas de duración, gracias al buen hacer de los actores (en especial de Keaton, extraordinaria) y a la verosimilitud con la que Beatty expone los hechos. Que no es lo mismo que realismo, ya que Rojos está narrada con el lenguaje depurado de la ficción, sin excluir en determinados momentos el estilo documental. Resulta muy llamativo el recurso de intercalar entre distintos bloques de escenas los testimonios de personas que conocieron a los verdaderos protagonistas, testigos ya ancianos de los acontecimientos, lo cual otorga al conjunto un marchamo de autenticidad. Esta decisión arriesgada dota de identidad a Rojos, la película más ambiciosa y redonda de la breve e irregular filmografía Warren Beatty como director.
A continuación, uno de los temas que integran la banda sonora compuesta por Stephen Sondheim. Una melodía de corte romántico que evoca la relación de la pareja representada por el piano y la flauta, sobre un fondo de instrumentos de cuerda pulsada. Relájense y disfruten:
Aunque la historia que cuenta Rojos está ambientada a principios del siglo XX, con el auge de las revoluciones soviéticas y la implantación del socialismo en Norteamérica, no se puede obviar el momento en el que Paramount Pictures decide financiar el segundo largometraje dirigido por Beatty. Nada menos que en el inicio de la era Reagan, un periodo conservador con continuidad de gobiernos republicanos que bien podrían sentir recelos ante un proyecto cuyo título ya parece una provocación. Además de dirigir Rojos, el propio Beatty produce e interpreta al personaje protagonista, John Reed, un carismático periodista que saltó a la fama tras escribir Diez días que estremecieron el mundo, la crónica de su estancia en Rusia como testigo de la Revolución de octubre de 1917. El acierto del film y a la vez su pasaporte a las carteleras de medio mundo es que no resulta maniquea ni hace propaganda. Beatty lanza dardos a todos los estamentos y, lo que en principio parece una oda al ideario de izquierdas, poco a poco se va convirtiendo en una crítica al aparato que primero impulsó el movimiento y luego terminó ahogándolo entre dogmas, burocracias y depuraciones, hasta tergiversar su naturaleza progresista. Es el mismo recorrido ideológico y vital que atraviesa Reed, víctima de aquella utopía imposible de aplicar por los guardianes de unas ideas transformadas en preceptos.
El peso político del argumento es importante, pero también su carácter humano. Por eso Beatty comparte responsabilidad con Diane Keaton, la otra mirada que contempla la historia y permite que el espectador establezca distancia con la figura principal. El hecho de que buena parte de la acción siga los pasos de la periodista y escritora Louise Bryant, evita la tentación de caer en la idolatría que hubiera podido despertar la figura de Reed, poseedora de un atractivo y una fascinación que pocos nombres como Warren Beatty dotarían de credibilidad. Los dos forman una pareja con grietas y fortalezas, en la que se cruzan los personajes del dramaturgo Eugene O'Neill y la activista Emma Goldman, ambos interpretados por Jack Nicholson y Maureen Stapleton. Todos los actores están magníficos y consiguen desprender a sus personajes de la aureola mítica que les otorga la Historia, mostrándoles más terrenales y cercanos.
El diseño de producción es otro de los puntos fuertes de Rojos. Hay una labor muy cuidada en los decorados, el vestuario y los demás elementos que integran la escena, con una mención especial para quien sin duda es el artífice de que las imágenes de Rojos sean dignas de análisis hoy en día. La fotografía de Vittorio Storaro engrandece la película y la llena de belleza, no con el fin de acariciar los ojos del público mediante recursos estéticos, sino de crear las atmósferas adecuadas para que la narración evolucione al mismo tiempo que los personajes. La luz y la paleta de colores empleadas por Storaro ilustran los sentimientos de quienes aparecen en el encuadre, a la manera de los pintores clásicos, poniendo atención en los matices y en la profundidad de campo. Por eso, es justo reconocer al italiano como co-creador de la envoltura visual que hace de Rojos una película destacable.
Así pues, la película conjuga bien las vertientes dramáticas e históricas a lo largo de un metraje que sobrepasa las tres horas de duración, gracias al buen hacer de los actores (en especial de Keaton, extraordinaria) y a la verosimilitud con la que Beatty expone los hechos. Que no es lo mismo que realismo, ya que Rojos está narrada con el lenguaje depurado de la ficción, sin excluir en determinados momentos el estilo documental. Resulta muy llamativo el recurso de intercalar entre distintos bloques de escenas los testimonios de personas que conocieron a los verdaderos protagonistas, testigos ya ancianos de los acontecimientos, lo cual otorga al conjunto un marchamo de autenticidad. Esta decisión arriesgada dota de identidad a Rojos, la película más ambiciosa y redonda de la breve e irregular filmografía Warren Beatty como director.
A continuación, uno de los temas que integran la banda sonora compuesta por Stephen Sondheim. Una melodía de corte romántico que evoca la relación de la pareja representada por el piano y la flauta, sobre un fondo de instrumentos de cuerda pulsada. Relájense y disfruten: