CANINO. "Kynodontas" 2009, Yorgos Lanthimos

Tras haber realizado dos largometrajes que apenas alcanzaron repercusión, el primero de ellos en compañía de otro director, en 2009 Yorgos Lanthimos logra llamar la atención internacional con Canino, por motivos bien justificados. La película está concebida en plena crisis económica y en uno de sus mayores epicentros, Grecia, país cuya situación queda expuesta por Lanthimos a modo de metáfora. Tal vez ahí resida el éxito del film, en dar forma de parábola a lo que se podría haber presentado como un análisis de las condiciones financieras, políticas y sociales que dieron paso al desastre, lo cual habría enclavado la película en un periodo y un escenario determinados. En lugar de eso, Canino obtiene la intemporalidad por medio de un relato que no solo expone lo sucedido, sino que también sirve de advertencia a lo que pueda suceder en cualquier otro tiempo y parte. Este es el valor que tienen las fábulas, y que Lanthimos refleja en la historia de tres hermanos que, sin saberlo, crecen encerrados en una casa bajo el influjo de una fantasía ideada por los padres. El cabeza de familia es el encargado de regir los destinos de los demás, que viven ajenos al exterior e interpretan la realidad a través de unas normas de conducta encaminadas a mantener una pureza e inocencia aparentemente idílicas, pero que en verdad impiden la autonomía y la libertad. A grandes rasgos, es el mismo sistema que origina los totalitarismos y las modernas economías de mercado, lo que permite que cada espectador pueda hacer sus propias interpretaciones dependiendo del lugar donde viva.
La habilidad de Lanthimos consiste en esquivar las evidencias a través de un estilo muy marcado, que desarrolla las posibilidades del punto de vista por medio de la ocultación. Puesto que toda la película gira en torno a este concepto, el director elabora una planificación coherente con la idea de que los personajes se esconden cosas y mantienen relaciones de poder. El hecho de que una frase de diálogo no obtenga su reacción y de que Lanthimos eluda muchas veces el recurso clásico del plano/contraplano se debe a la intención de que el público complete en su cabeza lo que no muestra la pantalla, es decir, que adopte un papel activo dentro de la historia. Habrá quien defina este lenguaje visual como moroso o distante, y no le faltará razón, porque el director trata de situar al espectador en una posición incómoda que le obliga en todo momento a hacerse preguntas y a tratar de descifrar la información que se desgrana poco a poco. Para ello, Lanthimos se vale de encuadres en ocasiones inesperados o que buscan la descomposición de la imagen, además de un montaje que transmite una impresión estática (acorde a la vida de los protagonistas) sin movimientos de cámara y que dilata y contrae el tiempo de las escenas, según los diferentes tonos que maneja la película. Estos van de la comedia negra al drama pasando por el suspense y el terror, en un guion que marca la primera de las colaboraciones entre Lanthimos y Efthymis Filippou.
Otro de los cómplices habituales del director es Thimios Bakatatakis, responsable de la luz lechosa que baña la fotografía y de la paleta de colores pálidos que envuelve la atmósfera de la casa en un ambiente aséptico, libre de influencias externas. Canino luce una estética muy cuidada, que aporta credibilidad a la ficción y convierte el visionado en una experiencia fascinante, gracias también a la magnífica interpretación de los actores. Un acierto que comienza desde el mismo casting y se consolida en una labor de conjunto compacta y equilibrada.
En suma, cada elemento que integra Canino está elaborado con esmero y tiene una razón de ser, sigue una lógica cartesiana que contrasta con las turbulencias de la trama. Si Lanthimos hubiese optado por una dirección más inmediata y desatada, es probable que el resultado no hubiera funcionado con la misma efectividad, ya que la magia de la película consiste en la dicotomía de lo excepcional y lo cotidiano, del costumbrismo y el horror, de la rigidez y la libertad. Sin duda, se trata de una de las películas más turbadoras de los últimos tiempos y también de las más redondas, en la que Yorgos Lanthimos se propone exponer al individuo frente a sus fantasmas y a la comunidad ante los peligros que acechan bajo el supuesto estado del bienestar. Y bien que lo consigue.