Un rótulo que aparece al final de Madrid, interior informa de la ausencia de guion para elaborar la película. No es ninguna sorpresa, pero el director despeja las posibles dudas ya que, junto a los rostros anónimos, por la pantalla desfilan también numerosos nombres relacionados con el cine y la comunicación. Una vez más, Juan Cavestany demuestra su amplia agenda de amistades y es capaz de igualar a todos los participantes del film, ya sean conocidos o desconocidos, ante una situación general: la crisis sanitaria derivada de la expansión del coronavirus.
El documental está realizado en su totalidad a lo largo de un mes, entre el 24 de marzo y el 24 de abril, coincidiendo con el periodo más grave de la situación en España. La población se somete a un confinamiento severo que Cavestany refleja de la manera más naturalista posible: pide a cada uno de los implicados que graben con los medios a su alcance una sola escena en la intimidad de sus hogares. El propio director es uno de ellos y da forma después al material acumulado mediante el montaje. Cuando éste finaliza, presenta el resultado en abierto, sin los rigores de las plataformas digitales de pago. ¿Altruismo? No, se trata más bien de coherencia con el espíritu del proyecto, que es en sí mismo fruto de la cuarentena. Habrá quien pueda pensar que Madrid, interior es un experimento aburrido porque no sucede nada, solo muestra a personas encerradas en sus casas viendo pasar las horas y manteniendo conversaciones banales. Exactamente en eso consiste la vida, cuando no se disfruta de los escasos momentos de gloria. Así, vemos a gente que observa sus libros sin decidirse cuál leer, niños que juegan, gatos que hacen cosas de gatos, el actor Antonio de la Torre cortando jamón, una mujer que se masturba, los que hacen ejercicio, Pepón Nieto comiendo y en el váter, músicos tocando, pintores pintando... y un largo etcétera que refleja la cotidianidad de la que estamos hechos. La película adopta la forma de un mosaico con momentos para el humor, la melancolía, el costumbrismo y el absurdo, todo equilibrado y dividido en tres partes cuya justificación obedece al capricho del autor, porque no hay progresión entre ellas ni tampoco separan el argumento. Son licencias que forman parte del estilo peculiar y libre de Cavestany.
Es muy probable que el film se revalorice dentro de unos años, cuando las terribles cifras de víctimas y contagiados por la pandemia sean datos históricos y Madrid, interior revele su naturaleza antropológica, respondiendo a la pregunta de ¿cómo se comportaron entonces los habitantes de la gran ciudad? Sin gestos épicos ni secuencias emotivas de solidaridad, ya que Juan Cavestany ha querido centrar el foco en algo mucho más ingrato y complicado: lo que hacemos a nivel individual cuando no podemos salir de nuestra vida doméstica y nos enfrentamos a nosotros mismos, en una celda que hemos decorado a nuestro gusto. Ojalá que contemplemos la película con curiosidad y extrañeza, sintiéndonos a salvo de una amenaza que no ha de volver.
El documental está realizado en su totalidad a lo largo de un mes, entre el 24 de marzo y el 24 de abril, coincidiendo con el periodo más grave de la situación en España. La población se somete a un confinamiento severo que Cavestany refleja de la manera más naturalista posible: pide a cada uno de los implicados que graben con los medios a su alcance una sola escena en la intimidad de sus hogares. El propio director es uno de ellos y da forma después al material acumulado mediante el montaje. Cuando éste finaliza, presenta el resultado en abierto, sin los rigores de las plataformas digitales de pago. ¿Altruismo? No, se trata más bien de coherencia con el espíritu del proyecto, que es en sí mismo fruto de la cuarentena. Habrá quien pueda pensar que Madrid, interior es un experimento aburrido porque no sucede nada, solo muestra a personas encerradas en sus casas viendo pasar las horas y manteniendo conversaciones banales. Exactamente en eso consiste la vida, cuando no se disfruta de los escasos momentos de gloria. Así, vemos a gente que observa sus libros sin decidirse cuál leer, niños que juegan, gatos que hacen cosas de gatos, el actor Antonio de la Torre cortando jamón, una mujer que se masturba, los que hacen ejercicio, Pepón Nieto comiendo y en el váter, músicos tocando, pintores pintando... y un largo etcétera que refleja la cotidianidad de la que estamos hechos. La película adopta la forma de un mosaico con momentos para el humor, la melancolía, el costumbrismo y el absurdo, todo equilibrado y dividido en tres partes cuya justificación obedece al capricho del autor, porque no hay progresión entre ellas ni tampoco separan el argumento. Son licencias que forman parte del estilo peculiar y libre de Cavestany.
Es muy probable que el film se revalorice dentro de unos años, cuando las terribles cifras de víctimas y contagiados por la pandemia sean datos históricos y Madrid, interior revele su naturaleza antropológica, respondiendo a la pregunta de ¿cómo se comportaron entonces los habitantes de la gran ciudad? Sin gestos épicos ni secuencias emotivas de solidaridad, ya que Juan Cavestany ha querido centrar el foco en algo mucho más ingrato y complicado: lo que hacemos a nivel individual cuando no podemos salir de nuestra vida doméstica y nos enfrentamos a nosotros mismos, en una celda que hemos decorado a nuestro gusto. Ojalá que contemplemos la película con curiosidad y extrañeza, sintiéndonos a salvo de una amenaza que no ha de volver.