Rick Barnes y Jon Nguyen asumen la tarea de retratar el proceso creativo y las ideas de Lynch, con la decisiva aportación de Olivia Neergaard-Holm, quien se encarga de montar el film. Los tres realizan una labor encomiable al lograr que Lynch resulte cercano sin difuminar su misterio, ya que a menudo la aureola mística que ha envuelto al personaje ha ocultado a la persona, proyectando su figura como una prolongación de su cine. Lo que revela este documental es a un artista veterano con plena conciencia de su trabajo y dueño de un discurso lúcido y sereno, que él mismo expone a modo de temprana autobiografía. Las anécdotas familiares se intercalan con los recuerdos de infancia, mucho más plácidos de lo esperado, las frustrantes experiencias como estudiante y su primer matrimonio, hasta el momento en el que obtiene una beca del American Film Institute. El relato termina antes del estreno de Cabeza borradora y su irrupción en la industria del cine, algo que hoy solo parece posible en aquellos lejanos años setenta.
Teniendo en cuenta que la primera vocación de Lynch fue la pintura y que nunca ha dejado de practicarla, hay que advertir que el contenido del documental gira en torno a la obra plástica del director, más que a la cinematográfica. Esta ocupa solo la última parte, lo cual hace que el conjunto gane valor por su originalidad. La película ofrece un amplio catálogo de cuadros que se complementan bien con los títulos que Lynch ha realizado para la pantalla, un arte desarrollado en dos soportes que dialogan entre ellos y comparten la misma búsqueda de las aristas y las sombras del ser humano. David Lynch: The art life muestra al protagonista en el estudio de su casa pintando, reflexionando y fumando. Un septuagenario en paz consigo mismo que regala al público su memoria y sus reflexiones, ambas con interés suficiente para convocar a los seguidores. Pero no solo a ellos. También puede mantener la atención de los aficionados al arte moderno y los procesos artísticos, puesto que se trata de un documental narrado con pulso, bien estructurado, muy cuidado en el aspecto sonoro y visual y con un montaje brillante. En suma: buen cine para hablar de un buen cineasta.