EL ÚLTIMO VALS. "The last waltz" 1978, Martin Scorsese

Una película que comienza advirtiendo que debe escucharse a todo volumen, garantiza sin duda momentos de gran emoción. Este es el principal ingrediente de El último vals, película en la que Martin Scorsese recoge los conciertos de despedida de The Band en compañía de ilustres invitados como Neil Young, Muddy Waters, Eric Clapton, Van Morrison o Joni Mitchell, entre otros. Un acontecimiento musical al que Scorsese sabe dotar de identidad cinematográfica, para que no se trate solo de la grabación de un concierto. Es mucho más, ya que supone el retrato de una generación de artistas que se despiden de una época gloriosa antes del cambio de paradigma de los ochenta.

Unos años después de haber pertenecido al amplio equipo de montaje del film Woodstock, Scorsese inicia una trayectoria en el documental en paralelo a sus películas de ficción que le permite desarrollar en la pantalla su pasión por la música retratando a Bob Dylan, George Harrison o los Rolling Stones. El primero de estos trabajos es El último vals, el cual se integra dentro de la modalidad de actuaciones filmadas con intervenciones a cámara de los artistas entre canción y canción. Ambas partes se complementan con naturalidad en una estructura que contiene la poderosa energía de la música en directo y la información que proporcionan los integrantes de The Band, tan cercana que en ocasiones adopta la categoría de confesión. El propio Scorsese realiza las entrevistas y sabe crear el ambiente adecuado para que los músicos se sientan cómodos, teniendo en cuenta que se encontraban al borde de la disolución. Tal vez porque eran conscientes de que se trataba de sus últimos momentos tocando juntos, la película adquiere una relevancia difícil de igualar, unida a la majestuosidad del evento.

La escenografía remite a un elegante salón donde se oficia la ceremonia de despedida de una de las grandes formaciones de su tiempo, con una iluminación que favorece la calidad cinematográfica, al contrario de lo que suele suceder en otros documentales semejantes. No en vano, la dirección de fotografía está en manos de profesionales del calibre de Michael Chapman, László Kovács y Vilmos Zsigmond, además de otros nombres que completan una producción muy ambiciosa para los cánones empleados hasta entonces. El resultado no desmerece en absoluto, y todavía hoy sigue sorprendiendo por el acabado técnico tanto de la imagen como del sonido y por la precisión narrativa de Scorsese. El espectador no necesita ser admirador de The Band para sentirse concernido por lo que muestra El último vals, un ejercicio virtuoso de cine que se hermana con el rock para ofrecer un espectáculo contundente, gozoso y que constata, además, que no hay nada como un director melómano para fijar en los fotogramas de una película la magia y el misterio inasible que posee la música en vivo.