El inicio de El agente topo sigue los tópicos de las películas de espionaje, con la exposición de los hechos y la encomienda que el héroe debe llevar a cabo. Poco a poco, la realidad se va imponiendo sin abandonar nunca ciertos clichés (los cachivaches tecnológicos, los informes secretos) hasta desembocar en la denuncia de la situación que viven muchas personas de la tercera edad, aparcadas durante el fin de sus días a la espera de visitas familiares cada vez menos frecuentes. Se trata de una acusación sin acritud, puesto que el tono que emplea Alberdi es casi siempre amable y está iluminado con claridad por Pablo Valdés, su fiel director de fotografía.
Aunque el trasfondo es realista, El agente topo está narrada con una estética y una planificación que aluden en todo momento al cine de género. Como es habitual, Maite Alberdi emplea un estilo depurado y una técnica impecable en la que los elementos que articulan el lenguaje cinematográfico (la música, el montaje) se aproximan al de cualquier título de ficción. De la misma manera, la directora obtiene reacciones de los personajes que bien se podrían confundir con interpretaciones de actores profesionales, lo cual a veces otorga al conjunto cierta sensación de artificio que, lejos de ser un problema, supone el atractivo del film. Este juego entre realidad y simulación permite que un asunto que en principio podría parecer ingrato, termine amplificando las intenciones de El agente topo y obteniendo un alcance mucho más amplio.
A continuación pueden ver Yo no soy de aquí, el cortometraje de 2016 en el que Maite Alberdi anticipa algunos de los aciertos que desarrollará después en El agente topo. Relájense y disfruten: