LA FUGITIVA. "Woman on the run" 1950, Norman Foster

Aunque a primera vista puede parecer uno de los muchos productos de serie B que fructificaron en los años cincuenta, La fugitiva tiene calidad y hechuras de primer nivel. Por diversos motivos: la interpretación de los actores, con Ann Sheridan a la cabeza, por lo ameno e inteligente del guion, que adapta un relato de Sylvia Tate, por la fotografía bella y puntillosa de Hal Mohr, por el diseño de producción que extrae el máximo beneficio de un presupuesto modesto... todo ello bajo la dirección de Norman Foster, un profesional acostumbrado a trabajar con la rapidez y la energía de los seriales y el cine de acción.

En apenas setenta y cinco minutos, La fugitiva desarrolla una intriga de persecuciones, drama y romance que concluye en un final impetuoso, a bordo de una montaña rusa. Las calles de San Francisco son el escenario de fondo en el que transcurre la búsqueda de un hombre oculto tras presenciar por accidente un asesinato. Le siguen los pasos su mujer, la policía y el causante del homicidio, en un juego de equívocos y requiebros argumentales que hacen que la narración fluya aderezada por ingeniosas frases de diálogo y un ligero tono de comedia que suaviza la negrura del conjunto. Foster maneja con destreza todos los elementos que tiene a su alcance, imprimiendo velocidad a las situaciones mediante el montaje y con una planificación rica en ángulos y movimientos de cámara. La correlación de tamaños de imagen para focalizar la atención del público y el uso del blanco y negro imprime a la película ese encanto tan característico que poseen los noir de la época, en los que la música y los contrastes entre luces y sombras ayudan a crear la atmósfera adecuada para generar emociones bien calibradas, sin altisonancias.

A ello contribuye decisivamente el trabajo de Sheridan, cuyo personaje guía los sentimientos del espectador con infinidad de matices dentro de la contención, ya que su papel de fugitiva le obliga a ocultar más que a mostrar, al tiempo que redescubre el extinto amor por su marido. En suma, se trata de uno de los films más destacados de Norman Foster, director hoy no demasiado conocido que cuenta con unos pocos títulos estimables (el más popular es Estambul, en el que asumió la ingrata tarea de terminar el rodaje comenzado por Welles) y que aquí es capaz de poner en pie un thriller conciso y divertido, una producción independiente que nada tiene que envidiar a otras más ambiciosas y reconocidas que La fugitiva.