LOS OSOS NO EXISTEN. "Khers nist" 2022, Jafar Panahi

En los últimos años, Jafar Panahi está narrando fragmentos de su biografía dándoles forma de películas de ficción. Su mirada, su pensamiento y también su rostro han ido adquiriendo cada vez mayor presencia, mediante historias que trascienden la experiencia personal para alcanzar el retrato colectivo. En títulos como Esto no es una película, Taxi Teherán o Tres caras, el director consigue exponer el panorama general de su país a través de situaciones concretas que le afectan a él de manera más o menos directa, algo que dota de cercanía a su cine tanto como a su discurso. Buen ejemplo de ello es Los osos no existen, una comedia dramática de fuerte carácter íntimo y político.

Panahi sigue practicando el metacine de sus recientes trabajos, en los que participa como personaje interpretándose a sí mismo. Por eso sus películas están condicionadas por sus circunstancias particulares, en este caso, la prohibición por parte de las autoridades de salir del país y de realizar cine. Lo cual le obliga a dirigir a distancia, mientras el equipo de filmación se encuentra en la vecina Turquía. Panahi se refugia temporalmente en un pequeño pueblo fronterizo donde las tradiciones chocan con su modo de pensar y de relacionarse, un contraste que incide en las dicotomías habituales de su cine: progreso/regresión, urbe/rural, apertura/conservadurismo... todo ello con la humanidad característica de su obra.

El lenguaje visual de Los osos no existen es sencillo en apariencia pero muy depurado en la planificación de las imágenes. Para distinguir las dos líneas argumentales que cruzan la película, el director opta por dos estilos distintos: uno basado en el montaje y en la correlación de planos para representar la realidad que vive Panahi, y otro de planos secuencia en localizaciones exteriores para ilustrar el cine dentro del cine. Basta contemplar la larga toma que da inicio a la película para darse cuenta del dominio de la puesta en escena y de la dirección de actores que posee Panahi, quien superpone diversas capas narrativas que hacen que el conjunto gane profundidad dentro de la escenificación de lo cotidiano.

Aquí está, probablemente, la gran virtud de Los osos no existen: mostrar cómo la sociedad termina naturalizando la barbarie producto de la ignorancia, y la necesidad de oponerse a los miedos impuestos por los que detentan el poder para controlar a la población. Unos miedos simbolizados por unos osos que, como dice el título, en verdad no existen. El plano final de Jafar Panahi indignado, alejándose en coche y dejando atrás el horror de unas costumbres absurdas, transmite bien el estado anímico del cineasta, perseguido por la intolerancia durante las últimas décadas hasta hoy. Los osos no existen es un alegato combativo y valiente en favor de la libertad de expresión, un acto de resistencia llevado a cabo en clandestinidad cuyo estreno constata la vigencia del cine como arma intelectual y artística.