Una de las cualidades que Garland despliega ya en la escritura del guion es la concisión. En lugar de detenerse en explicar los antecedentes, el contexto o las circunstancias geopolíticas que provocan la contienda, el foco se sitúa en el aspecto humano. El argumento sigue los pasos de un pequeño grupo de periodistas muy heterogéneo (un veterano de la vieja escuela, un aventurero con afición por la adrenalina, una reputada fotógrafa y una joven aprendiz que busca abrirse paso) que parten de Nueva York hacia Washington, destino a la Casa Blanca. Se trata de una road movie con varias paradas que ilustran la magnitud del desastre, con pocos instantes de sosiego y muchos otros de tensión y peligro. Es una historia ejemplificadora de lo mejor y lo peor (en especial lo peor) de la población sumida en una crisis extrema, con una sensación constante de inquietud que capta el interés del espectador durante todo el metraje. Para obtener la atmósfera adecuada, Garland se vale de los recursos de la puesta en escena, el desarrollo narrativo y la interpretación de los actores, además de rodearse de un equipo de confianza entre los que se encuentran el director de fotografía Rob Hardy y los músicos Geoff Barrow y Ben Salisbury. Se debe destacar también el montaje de Jake Roberts, hábil en las escenas de acción y en el recurso de intercalar los disparos fotográficos que realizan los personajes con los disparos de las armas de fuego.
El reparto es otra de las bazas de la película: Kirsten Dunst, Wagner Moura, Cailee Spaeny y Stephen Henderson, cada uno representando un rol bien diferenciado de los demás pero en perfecta sintonía. Ellos encarnan la parte cercana de este film violento y directo, que expone cuestiones oportunas en torno a la polarización política y al ideario extremista cuando alcanzan a la ciudadanía. Algo que trasciende las fronteras de Norteamérica y que afecta al resto de países del mundo, como la realidad se empeña en constatar todos los días. Por eso Civil War adquiere el valor de una alegoría que comienza y termina con dos secuencias distintas y un mismo personaje, el presidente de la nación. El recorrido entre una y otra es compartido por los protagonistas y el público a bordo de un coche que lleva la palabra prensa escrita en un lateral, ya que se hace una reivindicación muy oportuna del oficio como salvaguarda del derecho a la información y la libertad de pensamiento.
En suma, Civil War supone la consagración comercial de Alex Garland y la prueba de su capacidad para encarar trabajos dirigidos a una gran audiencia, más allá del cine de autor, sin que esto menoscabe su nivel de exigencia. Es una película incómoda y contundente que, si bien algunas veces incurre en el efectismo (hay un par de escenas de montaje musical que banalizan el conjunto), lo cierto es que logra concitar en la butaca la congoja y la reflexión. Por muy pesimista que esta sea.