La película cuenta con los ingredientes adecuados para cocinar un espectáculo sencillo y conciso, que se saborea en menos de noventa minutos: personajes unidimensionales que orillan la trama en buenos y malos, dejando al monstruo protagonista en un terreno intermedio, todo a partir de un detonante argumental de inspiración pseudo-científica que se va despojando de pretensiones según avanza la acción. Hay también las necesarias dosis de romanticismo avivado por el atractivo sexual que desprende la actriz Julie Adams, y algunos hallazgos estéticos gracias a la técnica de filmación bajo el agua. Las imágenes de la mujer y el monstruo desplazándose en mitad de la laguna son difíciles de olvidar, junto a otros instantes de indudable capacidad icónica. Arnold hace avanzar la narración con buen ritmo y una planificación muy eficaz, capaz de sacar rendimiento de los escenarios y no supeditarse a los condicionantes del formato en 3D con el que fue estrenado el film.
En conjunto, La mujer y el monstruo es un delicioso entretenimiento que supone una de las cumbres en su categoría, con todos los elementos de su maquinaria bien engrasados (música, fotografía, montaje) para transmitir la atmósfera apropiada y fijar en la memoria una de las criaturas más fascinantes del cine de aquella época.