LA HIJA. 2021, Manuel Martín Cuenca

Manuel Martín Cuenca regresa al thriller psicológico que tan buen resultado le dio en Caníbal, de nuevo con una historia de personajes en el filo que ocultan sus turbulencias en escenarios del Sur. Otra semejanza es que el espectador asiste a ambas películas como si estuviesen empezadas, ya que los protagonistas arrastran una circunstancia que viene de lejos y que se conoce en un determinado punto de inflexión. Poco más se puede decir del argumento de La hija que no revele algunas de sus sorpresas. Martín Cuenca y Alejandro Hernández, su coguionista habitual, introducen varios giros dramáticos en una trayectoria que avanza a diferentes velocidades.

La primera parte de La hija adopta un ritmo pausado y es algo críptica hasta que el comportamiento y las motivaciones de los personajes se van concretando poco a poco. A medida que esto sucede, el ambiente se enrarece y la tensión aumenta hasta la irrupción del clímax, en un tercer acto que es puro nervio. Hay una intención por parte del director de conducir al público por los rincones oscuros del alma humana, en medio de los hermosos parajes abiertos de las Sierras de Cazorla y Segura, en la provincia de Jaén. Este contraste entre la amplitud y el encierro define la atmósfera del film, al igual que la evolución del clima que se inicia en verano y concluye en lo profundo del invierno, como metáfora de las tormentas que se ciernen sobre los personajes. Son ideas con mucho potencial cinematográfico que Martín Cuenca desarrolla con destreza, aunque su labor como director no brilla como en anteriores veces.

Durante los dos primeros actos, La hija padece cierta apatía en la planificación hasta el punto de contener errores formales (saltos de eje) en varias escenas de conversación. Son tan evidentes que parecen intencionados, como si el director pretendiera expresar así la desconexión de los personajes de manera visual mediante la falta de concordancia en sus miradas... de ser así, se trataría de un experimento fallido porque distrae del diálogo y transmite una impresión de descuido difícil de justificar. Afortunadamente, en el último tercio de la película se recuperan las habilidades narrativas de Martín Cuenca, capaz de enmendar el conjunto gracias a un desenlace poderoso y, ahora sí, ejecutado con brillantez.

No solo se aprecian desajustes en lo visual. La hija también contiene alguna incoherencia en el relato (por ejemplo, en nada incide en la trama el cáncer que padece el personaje del inspector), además de una discordancia dentro del reparto de actores, que es la gran baza del film. Los protagonistas Javier Gutiérrez y Patricia López Arnaiz están extraordinarios, así como la joven debutante Irene Virgüez, quien resuelve con naturalidad la complejidad de su personaje. Sin embargo, hay un desacierto de casting en la elección del actor que interpreta a Osman, ya que este debería proyectar sensación de conflicto y amenaza (al menos así se verbaliza antes de que aparezca), lo cual nunca sucede.

Estas grietas en la película no provocan que el conjunto se desmorone, debido al interés que mantienen los actores principales y a la intriga que se va cocinando con lentitud desde el principio hasta la ebullición final, sin duda lo mejor de La hija. Una película imperfecta que cumple su cometido de generar emoción y que se asoma a la realidad de los centros de menores desde la perspectiva de la ficción y con la mirada siempre particular y sugestiva de Manuel Martín Cuenca.