THE VELVET UNDERGROUND. 2021, Todd Haynes

Hacer una película documental sobre un artista, un escritor o un músico no implica solo contar una vida y explicar una obra. En términos formales, es conveniente que el documentalista sea capaz de entender el estilo del documentado y encuentre una traducción cinematográfica acorde al tema, creando una corriente de expresión en dos direcciones. De lo contrario, se corre el riesgo de obtener un producto aséptico que cumpla con el protocolo y nada más. Todd Haynes asume el reto de narrar la intensa trayectoria de The Velvet Underground sin tomar distancia ni ceñirse al relato de los hechos, a pesar de que han transcurrido cincuenta años. El director se deja empapar por el espíritu iconoclasta de la banda y realiza un perfecto trasvase de lenguajes entre música e imágenes, lo cual no es extraño, teniendo en cuenta los antecedentes de Haynes. En 2007 dirigió I'm Not There, un biopic atípico de Bob Dylan que se movía en el terreno de la ficción. También en el documental huye de las convenciones y del cúmulo de información y detalles biográficos que abundan en estos casos, para centrarse en el carácter musical de la agrupación neoyorquina.

El film comienza trazando el contexto y el perfil de John Cale y Lou Reed, los dos líderes de la banda. Haynes muestra el caldo de cultivo que permitió que personalidades tan dispares coincidiesen en el mismo proyecto creativo, apadrinados por Andy Warhol y en medio de un ambiente cultural en plena efervescencia. La película dibuja el paisaje de la capital de la modernidad en los años sesenta, un territorio donde pululaban figuras de referencia como Amy Taubin, Jackson Browne, la parroquia de The Factory, Jonas Mekas... el documental está dedicado a este último, y con razón. Haynes no se queda solo en la cita sino que se deja influir por el cineasta lituano en el tratamiento y el montaje de las imágenes. Adopta su estilo crudo y entrecortado, aquella fuerza de la naturaleza que era capaz de trascender el aquí y el ahora para generar una dimensión poética de las imágenes. Algo que se empasta bien con los sonidos de la Velvet Underground, sobre todo en los pasajes más experimentales, recreados con imaginación y destreza.

El director de fotografía habitual de Haynes, Edward Lachman, iguala los tonos y las texturas del variado material de archivo para que el conjunto adquiera unidad estética. Otro colaborador fiel es el montador Affonso Gonçalves, quien termina de concretar la idea de fragmentación y dinamismo mediante el uso de la pantalla partida, por ejemplo. No para diversificar el punto de vista (como sucede en otros documentales musicales como Woodstock o Festival Express), sino para hacer que convivan en el mismo plano las descripciones del sujeto y de la acción, aparte de otros juegos visuales. Todo esto se mezcla con las declaraciones de algunos supervivientes y de artistas que se han dejado influir por The Velvet Underground, una banda fundamental para entender el nacimiento del rock alternativo, que encuentra en este documental su perfecta representación cinematográfica.