ARIEL. 1988, Aki Kaurismäki

Desde el inicio de su filmografía, Aki Kaurismäki ha ido trazando las líneas generales de un estilo muy personal que se va perfeccionando en cada título hasta alcanzar una identidad plena y reconocible. En los primeros años incluso llega a experimentar con adaptaciones literarias y géneros diversos como el relato criminal, en el caso de Ariel. El quinto largometraje de ficción dirigido por Kaurismäki forma parte de la conocida como trilogía del proletariado junto a Sombras en el paraíso (1986) y La chica de la fábrica de cerillas (1990), películas que empiezan a reportarle proyección internacional y en las que están presentes los temas que van a integrar la totalidad de su obra: el desarraigo, la precariedad laboral, el amor como ideal inalcanzable, la incomunicación.

Todo ello filtrado por el particular humor del autor finlandés. Un humor extraño y teñido de melancolía, que permite amortiguar las desgracias de unos personajes condenados a la insatisfacción. El héroe de Ariel es más bien un antihéroe que pierde su trabajo al principio del film. En la búsqueda infructuosa de ocupaciones se encuentra con una mujer divorciada de la que se enamora, pero la historia de amor tropieza con inconvenientes que ambos deberán salvar para estar juntos. A la pareja interpretada por Turo Pajala y Susanna Haavisto se suma Matti Pellonpää, el actor fetiche de Kaurismäki, quien demuestra su habilidad para construir personajes con los mínimos elementos.

El director todavía no ha alcanzado la austeridad espartana que caracterizará sus siguientes trabajos, y en Ariel practica un estilo más dinámico de lo acostumbrado en su cine. La planificación juega con diferentes ángulos y emplazamientos de cámara, además de movimientos que contrarrestan la parca expresividad de los actores. Por lo tanto, hay un montaje más fluido y menos estático en el conjunto, si bien el empleo del fuera de campo ya interviene en muchos momentos de la narración. El guion solo cuenta lo estrictamente necesario para que evolucione la acción, lo cual acorta el metraje: apenas setenta minutos, algo no demasiado raro en la trayectoria de Kaurismäki. Es cine conciso y certero, que no es lo mismo que decir pequeño. La historia de Ariel incluye sensibilidad y violencia, romance y muerte, situaciones cotidianas y delitos inspirados en los clásicos del cine negro... siempre filmados con el genuino punto de vista de Aki Kaurismäki y la fotografía de su inseparable Timo Salminen, quien imprime en las imágenes su estilo plástico de colores suaves y luces atenuadas que rehúyen la profundidad. En suma: una película ejemplar de la primera etapa de uno de los cineastas europeos más originales de las últimas décadas. A continuación, unos consejos para directores en ciernes en los que Kaurismäki desvela algunas claves de su obra: