OUTRAGE. 1950, Ida Lupino

Ida Lupino es uno de los escasos ejemplos de directoras de cine norteamericanas en los años cincuenta. Su trayectoria abarca un buen número de realizaciones para la televisión y siete largometrajes que logra llevar a cabo gracias a que ella misma asume la producción por medio de su compañía, The Filmakers. Son pequeñas películas independientes que narran, en su mayoría, las dificultades de una mujer por superar las imposiciones sociales. Lupino se involucra en la escritura de los guiones y vuelca en la pantalla su experiencia adquirida como actriz en títulos dirigidos por Walsh, Curtiz y Lang, entre otros, de quienes aprende los rudimentos del oficio para adaptarlos a sus propios intereses. Outrage es su tercer film y uno de los más llamativos, por tratar un tema pocas veces visto antes en el cine: la violación.

Ya desde los títulos de crédito, la película muestra su adscripción al género negro que poco a poco irá desembocando en el melodrama. Y es que Outrage tiene dos partes bien diferenciadas: la primera que describe el delito y la huida del personaje principal, una joven oficinista a punto de casarse, y la segunda que cuenta su estancia en una pequeña localidad de Los Ángeles donde recibe la ayuda de un párroco que se enamora de ella. Lupino construye un primer acto contundente, lleno de tensión y ejecutado con la sabiduría de una cineasta notable. Tanto el retrato de costumbres como el desajuste emocional de la protagonista adquieren concisión y un gran dominio de la puesta en escena: basta detenerse en los momentos del abuso o la rueda de reconocimiento para contemplar dos lecciones de planificación y montaje, con recursos visuales herederos del mejor cine expresionista. El aspecto sonoro también contiene aciertos, ya sea por defecto (la persecución nocturna que omite la música) como por exceso (el empleado que sella los papeles en la oficina). La interpretación de Mala Powers, que debuta con este papel, resulta fundamental para transmitir el desasosiego al que también contribuye la fotografía en blanco y negro de Archie Stout, muy acertada en el contraste de luces y sombras.

Sin embargo, las virtudes de esta primera parte se diluyen en la segunda, llegando incluso a traicionar algunos de los planteamientos expuestos. El peso de la trama se traslada de la mujer agraviada al hombre redentor, tergiversando así la lectura feminista que pudiera derivarse de la historia. Además, Lupino aminora el vigor de las imágenes (en relación a la serenidad que alcanza la protagonista) con lo que el conjunto pierde fuerza, ya que no hay ningún otro elemento que venga a compensar el dramatismo previo. Salvo por algún instante determinado (el plano secuencia del baile al aire libre) la película se vuelve más discursiva e incluso remilgada, a causa del personaje encarnado por Tod Andrews. El actor también primerizo cae en la afectación y no consigue sostener el resto del metraje, que termina decepcionando las expectativas despertadas en su poderoso arranque. Outrage deriva en un relato blando y aleccionador, con un final feliz acorde a los vientos que soplaban entonces. Es una lástima, porque Ida Lupino exhibe músculo como cineasta y valentía a la hora de abordar un asunto delicado que no acaba de resolver sus riesgos y se arroja en brazos de la prudencia.