El argumento no se enreda en subtramas y va directo al grano, dando la oportunidad a la directora de desarrollar sus habilidades narrativas en términos estrictamente cinematográficos, ya que la imagen y el sonido condicionan el transcurso de la trama. Los diálogos son austeros y las acciones resultan esenciales: huir, vigilarse, proveerse de combustible y alimentos... cada situación supone un reto para los personajes, muy bien interpretados por Edmond O'Brien, Frank Lovejoy y William Talman. El primero de ellos coincide con Lupino el mismo año en el que ambos realizan El bígamo, un drama de corte muy diferente a El autoestopista. Aquí, los tres actores resuelven con convicción las exigencias físicas de unos papeles que priorizan el gesto y la expresión corporal, sin descuidar por ello las conversaciones. Sus rostros quedan esculpidos por la fotografía en blanco y negro de Nicholas Musuraca, quien saca el máximo partido de los contrastes en las escenas nocturnas y soluciona las dificultades de filmar a pleno sol en escenarios naturales, rudos y polvorientos.
Todo esto queda impreso en los fotogramas de El autoestopista. El sexto largometraje de Ida Lupino se aparta del universo femenino que caracteriza su obra para adentrarse en un terreno habitado por hombres siempre al borde de la muerte. Aun así, la directora no abandona su capacidad para sugerir la violencia sin llegar a ser explícita: basta ver el inicio del film, con los sucesivos asesinatos del serial killer encarnado por Talman, para asistir a una lección magistral de encuadres y movimientos de cámara. Puro cine.