KAILI BLUES. "Lu bian ye can" 2015, Bi Gan

En un momento de Kaili Blues, el protagonista se dice a sí mismo: "Es como si fuera un sueño". El tema de los sueños es recurrente a lo largo de la película, hay personajes que verbalizan sus ensoñaciones y que intervienen en ellas, o al menos eso parece... porque el público nunca termina de saber del todo si lo que acontece en la pantalla es producto de la vigilia, la imaginación o el recuerdo. Lo cual es arriesgado, tratándose del primer largometraje de su director y guionista, Bi Gan. Un cineasta y poeta de apenas 25 años que trata de provocar estímulos sensoriales más que contar una historia de manera convencional, jugando a fragmentar la trama y a diseminar símbolos en forma de objetos cotidianos. Así, los relojes o los viejos aparatos de radio cassette adquieren significados que corresponde descifrar al espectador, sin que nada resulte evidente.

A grandes rasgos, Kaili Blues cuenta los intentos de un médico rural por solucionar antiguos problemas familiares: hacerse cargo de su sobrino, desatendido por un hermano con quien también mantiene cuentas pendientes en torno a la madre. Un encuentro con el pasado que le lleva a trasladarse desde el municipio que da título al film hasta una isla donde los estados de conciencia se ven alterados.

Es, por lo tanto, cine que requiere predisposición y entrega. A cambio, Kaili Blues ofrece una experiencia alucinada de inmersión en un mundo en el que todo es a la vez reconocible y extraño. Son territorios oníricos situados en escenarios reales al sureste de China, poblaciones en medio de las montañas donde la presencia constante de la naturaleza y el agua favorece la analogía de que un tren sea más que un tren, por ejemplo, y un pueblo sea más que un pueblo. A ojos de Bi Gan, ambos pueden ser el vehículo que permita desplazarse al protagonista hacia una dimensión mental trastocada, que afecta por igual al argumento y a la puesta en escena.

El director emplea planos largos en movimiento para seguir las acciones de los personajes y marcar su situación dentro de la imagen. La relación de las figuras con el entorno es fundamental en el cine de Bi Gan, de ahí la importancia de la cámara dotada de una identidad propia que observa, acompaña y traduce pensamientos mediante códigos visuales que tienen que ver con el espacio (la gruta que atraviesa en ocasiones el protagonista) o con el tiempo (la proyección de unas manecillas sobre la superficie de los vagones en marcha). El director lanza propuestas más o menos accesibles que no son solo recursos estéticos sino que son el núcleo de la película, su razón de ser.

Al igual que hará en su siguiente trabajo, Largo viaje hacia la noche, Bi Gan divide la narración en dos bloques bien diferenciados: el primero mantiene un lenguaje fragmentado en el que se intuye el argumento a través del ambiente, y el segundo (en la isla) es de un único plano secuencia de unos cuarenta minutos de duración en el que las distancias que recorre el protagonista son, además de físicas, temporales e inciden en el subconsciente. Por todos estos motivos, Kaili Blues supone un estimulante ejercicio de libertad creativa y uno de los debuts más sorprendentes del reciente cine oriental, la puesta de largo de Bi Gan como autor dedicado a hacer evolucionar el medio.