Las chicas están bien mantiene una estructura sencilla, dividida en capítulos que se corresponden con diferentes momentos que pasan juntas las protagonistas. Desde la llegada a la casa campestre donde van a compartir unos días de verano para ensayar, hasta la partida. Allí les reciben una niña y su abuela, lo cual completa el abanico de edades propuesto por Arana para universalizar la historia. Por supuesto, hay un componente generacional y una voluntad testimonial por fijar los pensamientos, los deseos y las decepciones de un grupo de mujeres en el que cualquiera puede reconocerse. Todo desde la cercanía y con un lenguaje asequible en lo visual y en lo literario, con evocaciones a Rohmer, Varda y otros cineastas que alimentan el universo referencial de la directora.
La banda sonora de la película mezcla, por ejemplo, músicas de Bach y Christina Rosenvinge, una muestra de la heterogeneidad del conjunto que no deja de ser compacto y al mismo tiempo ligero. Es como si Arana convocase a las musas del arte para dejarse inspirar por ellas, todas dotadas de frescura y con los rostros de Bárbara Lennie, Irene Escolar, Helena Ezquerro e Itziar Manero, aparte de la propia Itsaso Arana. La camaradería que se establece traspasa la pantalla y mece al público entre diálogos elocuentes, gestos, miradas y sus correspondientes reacciones. Es fácil percibir que las cinco actrices disfrutan del trabajo colectivo, se hacen crecer las unas a las otras y brillan en las escenas en las que aparecen solas, escasas pero de gran calado dramático. Los equívocos intencionados entre realidad y ficción hacen que el argumento se siga con interés, e incluso en determinados tramos con pasión (el monólogo mirando a cámara de Lennie o el de Manero grabando un audio para su madre). Son instantes que rompen con el ambiente estival e incorporan una gravedad imprevista en el metraje, provocando estímulos que permanecen después de haber abandonado la sala.
Tanto la planificación como el montaje evitan cualquier recurso que no contribuya a desarrollar la trama, lo que no significa que el estilo empleado por Arana resulte aséptico. Al contrario: hay movimientos de cámara efectuados con destreza (durante la conversación nocturna en el exterior de la casa) o fundidos encadenados de imágenes que añaden una particular percepción del tiempo (en la escena en que los personajes ensayan en la cama). Todo ello sin caer en la gratuidad o el exceso, porque una de las cualidades de Las chicas están bien reside en la contención y en el uso de las herramientas adecuadas en el momento preciso. En suma, cabe recibir la opera prima de Itsaso Arana con la celebración que se reserva a los grandes hallazgos, una sorpresa en la que se adivina la influencia del productor Jonás Trueba y que queda definida en una de las conversaciones, cuando el personaje de Lennie lee las palabras de Arana: "Las películas son cartas al futuro." Desde luego, esta lo es.