AMAZING GRACE. 2018, Allan Elliott y Sydney Pollack

El éxito en 1970 del documental Woodstock promovió la aparición de otros proyectos musicales como este Amazing Grace, el cual incluía un disco doble y una película producida por el estudio Warner Bros, ambos en torno a la figura de Aretha Franklin. A pesar de lo atractivo de la propuesta, salió bien a medias: el álbum alcanzó un triunfo rotundo, convirtiéndose en la grabación de góspel más vendida hasta el momento, mientras que la película no llegó a terminarse por problemas técnicos, debido a la ausencia de claquetas durante el rodaje. Esto hizo imposible sincronizar la imagen con el sonido, algo que se ha podido solucionar cuatro décadas después gracias a los avances tecnológicos y a la conformidad de la familia Franklin.
La recuperación de este material es importante porque Amazing Grace no es un concierto cualquiera. Se trata del regreso de la Reina del Soul a la música de su niñez, aquellas melodías religiosas que forjaron su prodigiosa garganta en la iglesia bautista donde predicaba su padre. Erigida ya como una celebridad, Aretha rinde tributo a su acervo cultural realizando durante dos días consecutivos sendas actuaciones en una parroquia de Los Ángeles, acompañada de James Cleveland y The Southern California Community Choir. La cualidad participativa del góspel y su intensidad espiritual hacen que el público se involucre y emocione hasta rozar el delirio, algo que las cámaras captan de cerca. Amazing Grace logra la excelencia en lo musical, sin embargo, en términos cinematográficos no añade grandes virtudes.
El encargado de la grabación de las imágenes fue Sydney Pollack, un director por entonces de creciente prestigio pero sin experiencia en el documental. Tal vez esto justifique los problemas que impidieron el estreno de la película y la planificación algo pobre, sin hallazgos visuales. La iluminación general y directa no ayuda demasiado al buen acabado formal, además de la propia disposición del recinto donde se celebran los conciertos. Hay operadores repartidos con cámaras en mano de 16 mm. que filman a Aretha y al coro (los músicos apenas aparecen), y otros que retratan las reacciones del público, sin duda uno de los mayores alicientes del film. La comunicación que se establece entre la artista y la audiencia genera una atmósfera muy especial, acorde con la tradición del viejo góspel. Las cámaras están ahí para reflejarlo de una manera un tanto amateur, lo que hace fantasear en cómo hubiera sido el resultado de haber contado con un equipo más preparado y una producción más ambiciosa. De hecho, se aprecia una mejora de la calidad del material rodado en el segundo día respecto al primero, como si se hubieran solventado los inconvenientes surgidos en el inicio.
Puesto que Pollack no pudo participar en el montaje de Amazing Grace, nunca se podrá saber cómo era la película que él pretendía realizar, aunque su nombre figure en los créditos junto al de Allan Elliot. La responsabilidad del film recae sobre Jeff Buchanan, el montador que ha revivido el corpus cinematográfico de este documental que, aunque muestra decisiones discutibles (el recurso breve y arbitrario de la pantalla partida, sin continuidad con el conjunto del metraje), es capaz de erizar el vello del espectador más descreído. Porque aparte de las canciones, Amazing Grace contiene también alguna intervención desde el púlpito por parte de los varones influyentes en la sala, lo cual no aminora el hecho de que Aretha Franklin oficie la ceremonia con su milagrosa voz. Lady Soul celebra su fe y su negritud a corazón abierto, en un espectáculo capaz de conmover por igual a creyentes y ateos.