A partir de un libreto de Borden Chase, uno de los renovadores del género, Veracruz desarrolla la relación ambigua entre dos buscavidas norteamericanos que se embarcan en una peligrosa misión en tierras mexicanas, con el trasfondo del enfrentamiento entre los partidarios del líder indígena Benito Juárez y el ejército del emperador Maximiliano de Austria. Aldrich despliega su habitual energía en las escenas de combate, de gran dinamismo y complejidad técnica, con el mismo acierto que las secuencias de diálogo, llenas de ingenio y agudeza verbal. Además del western, la película se mueve con fluidez en la comedia, la aventura e incluso el noir, ya que la lucha por el poder entre los dos cabecillas se asemeja a la de unos gánsters de bandas rivales, sumando la presencia de una risueña femme fatale encarnada por Denise Darcel. También aparece Sara Montiel cubriendo la cuota racial y alegrando el conjunto, en compañía de un reparto que incluye nombres tan característicos como los de Ernest Borgnine, César Romero, Jack Elam o Charles Bronson, entre otros.
Por su parte, Robert Aldrich aúna el vigor de un director joven con la sabiduría de un veterano, haciendo uso de una planificación rica que se ve reforzada por la fotografía, la música y el montaje. Cada elemento está diseñado para hacer evolucionar a buen ritmo el engranaje de Veracruz, un fabuloso espectáculo repleto de diversión y emociones, cuya capacidad de fascinar permanece intacta a través de los años.
A continuación, una de las escenas más brillantes del film, explicada en su contexto histórico a través de ciertos clichés practicados por Hollywood en su incursión a otras culturas. Una breve reflexión sugestiva y didáctica: