La historia es extremadamente sencilla: tres vaqueros son confundidos con una banda de forajidos y se ven asediados por agentes de la ley que tratan de ajusticiarles. La persecución se narra en apenas ochenta minutos de metraje en los que el lenguaje visual se impone a los diálogos, con acciones que transcurren en su mayoría en paisajes abiertos de naturaleza agreste y bajo un sol implacable. La fotografía de Gregory Sandor saca partido de los tonos ocres y del contraste entre los escenarios de interior y exterior, sin buscar una belleza impostada que aparte la historia del verismo. Hay una voluntad en el conjunto por parte de Hellman de aplicar la sequedad tanto en lo formal como en lo narrativo. Esta seña de identidad se irá estilizando en posteriores títulos del director, una deconstrucción de los elementos de la ficción que en Forajidos salvajes se muestra todavía de manera incipiente.
Poco se sabe de los personajes interpretados por Nicholson, Cameron Mitchell y Millie Perkins, entre otros actores. Todos ellos escuetos en gestos y adoptando el comedimiento del conjunto, puro cine independiente que se atreve incluso a dejar abierto el desenlace, algo poco habitual en el cine de la época y menos aún en un género tan conservador como el western. En definitiva, Forajidos salvajes es uno de los films más destacados de Monte Hellman, cineasta que al inicio de su carrera asumía riesgos que dotaban de interés sus películas en un afán por experimentar y andar caminos nuevos.