Vinterberg no desaprovecha el material que tiene entre manos. El guion, que vuelve a escribir en colaboración con Tobias Lindholm, sigue el orden cronológico de los hechos y desgrana el carácter de los personajes con concisión y diálogos certeros. Por ello, Otra ronda deposita una gran responsabilidad en los actores, al frente de los que se encuentra Mads Mikkelsen, quien trabaja por segunda vez con el director tras La caza. El elenco al completo está magnífico en su representación de los diferentes ángulos desde los que se observa la historia, con interpretaciones muy físicas que no prescinden de matices.
De la misma manera, también la planificación de Vinterberg juega a favor de obra y contribuye a hacer creíble los excesos que muestra la pantalla, siempre con mesura y sin caer en el sensacionalismo. La cámara ilustra el grado de lucidez de los personajes buscando la estabilidad del trípode o liberándose en brazos del operador, una sensación reforzada por el montaje y por recursos visuales como la inclusión de intertítulos que informan del nivel etílico de los personajes, además de otros textos que intervienen en la ficción (mensajes de móvil, escritura en el ordenador). Estas herramientas permiten que el público adopte el distanciamiento necesario para no sentirse agraviado, ya que los momentos más intensos son escasos pero inapelables para que la narración avance.
En definitiva, Otra ronda reúne las virtudes de Thomas Vinterberg como director interesado en explorar las reacciones del ser humano al límite de sus capacidades. Una película que propone cuestionamientos incómodos con el tono adecuado, sin doctrinas y buscando transmitir por igual reflexión y emoción. Ideal para iniciar un coloquio.