LA FELICIDAD. "Счастье" 1934, Alexandr Medvedkin

Una vez terminada la experiencia del cine-tren, que permitió a Alexandr Medvedkin realizar numerosos cortometrajes de propaganda política sobre los raíles y bajo la consigna "hoy filmamos, mañana exhibimos", el director ruso afronta su primer largometraje de ficción, si bien es verdad que este término siempre es relativo en su cine. Aunque sus historias siguen los preceptos del realismo socialista impuesto en el cine soviético de la época, el punto de vista de Medvedkin difiere de sus camaradas directores y se tiñe de humor, ya sea en forma de comedia o de sátira. Su título más destacado en este concepto es La felicidad, una obra radical y libre que todavía hoy sigue sorprendiendo.

Lo primero que llama la atención es que se trata de una película muda. Al igual que Chaplin, Medvedkin rehuye el sonido en plenos años treinta, y no es esa la única similitud con el cineasta británico. La felicidad también posee un sentido de la comicidad basado en el gag visual, con un personaje carismático que trata de medrar enfrentado a situaciones que siempre se vuelven en su contra. Según rezan los créditos de inicio, la película está dedicada "al último holgazán koljosiano", un pobre campesino que es obligado por su mujer a buscar la anhelada felicidad a la que se refiere el título, que no es otra cosa que dinero para comer y salir adelante. El guion del propio Medvedkin relata los infructuosos intentos del protagonista por conseguir una meta imposible, rodeado de variopintos personajes que representan diferentes extractos de la sociedad: mujeres explotadas, clérigos avariciosos, novicias libidinosas, campesinos crueles, ladrones... nadie permanece a salvo de la mirada despiadada y certera del director, que emplea el humor absurdo y la teatralidad para suavizar la crítica. A pesar de ello, el resultado no contó con la aprobación de las autoridades y La felicidad fue relegada al olvido durante largo tiempo, hasta que Chris Marker y otros autores franceses restituyeron muchos años después su valor artístico, intelectual y cinematográfico.

Además de la ausencia de diálogos hablados (hay intertítulos y música compuesta para el film que fue añadida cuatro décadas después del estreno), La felicidad incluye de manera deliberada elementos que potencian el artificio y le dan un aire de cine primitivo: maquillajes exagerados, caracterizaciones grotescas y decorados que huyen del realismo, lo cual redunda en la farsa a la que aspira Medvedkin. El director también desarrolla un sentido de lo fantástico que hace que la película se aparte del resto de producciones de la URSS que trataban de propagar un mensaje. Así, vemos un caballo capaz de trepar a un techado de paja para saciar el hambre, o una mujer que se ahorca aprovechando el movimiento de las aspas de un molino y otras muchas secuencias que más allá del ingenio visual, revelan una intención mordaz y combativa que equivale a discursos enteros. Aunque el reconocimiento de Alexandr Medvedkin es muy inferior hoy en día al de otros cineastas coetáneos, es evidente que La felicidad es una de las comedias más lúcidas y originales jamás filmada, uno de esos raros ejemplos en los que ideas cargadas de significado confluyen en imágenes expresadas con ligereza. En resumen, todo lo que debería ser una buena comedia.